Videos de divulgación con los resultados más importantes de las encuestas realizadas entre agosto y noviembre de 2019: aspectos religiosos, opiniones generales, ideología, sacerdotes y vida consagrada.
«Las encuestas y las asambleas son modos de escuchar, que junto a las demás prácticas y acciones de este camino sinodal, nos ayudan en el discernimiento de la voz del Espíritu para nuestro III Sínodo Diocesano”.

Ponencia en el camino hacia el 3er sínodo diocesano de Quilmes, 16 de marzo de 2019

Eduardo de la Serna

La eclesiología propuesta para el Concilio por la curia Romana y su rechazo. Iglesia Pueblo de Dios

  • Rechazo de la Eclesiología de Pueblo de Dios, pueblo en comunión y camino (el ejemplo de la comunión en “camino”).
  • Una eclesiología desde el “poder” o una eclesiología desde la fraternidad/sororidad
  • Una eclesiología desde la “obediencia” o una eclesiología desde el “amor”.

Problemas de aceptar una Iglesia sinodal (el ejemplo del sínodo de jóvenes)

Gracias a la experiencia vivida, los participantes en el Sínodo son más conscientes de la importancia de una forma sinodal de la Iglesia para anunciar y transmitir la fe. La participación de los jóvenes ha contribuido a “despertar” la sinodalidad, que es una «dimensión constitutiva de la Iglesia. […] Como dice san Juan Crisóstomo, “Iglesia y Sínodo son sinónimos”, porque la Iglesia no es otra cosa que el “caminar juntos” de la grey de Dios por los senderos de la historia que sale al encuentro de Cristo el Señor» (Francisco, Discurso con ocasión de la Conmemoración del 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos, 17 octubre 2015). La sinodalidad caracteriza tanto la vida como la misión de la Iglesia, que es el Pueblo de Dios —formado por jóvenes y ancianos, hombres y mujeres de cualquier cultura y horizonte— y el Cuerpo de Cristo, en el que somos miembros los unos de los otros, empezando por los marginados y los pisoteados. Durante el diálogo y mediante los testimonios, el Sínodo ha puesto de manifiesto algunos rasgos fundamentales de un estilo sinodal, al que debemos convertirnos. [Documento final del Sínodo, Nº 121; votos 191 – 51; sobre 248 presentes]

Camino de Comunión

Comunión implica diversidad, aceptación de lo diverso. Hay elementos constitutivos (el Evangelio del Reino de Dios) que marcan las fronteras de la unidad, pero no hay “un solo y único modo de ser Iglesia”.

En la Biblia no hay “un sólo modo” de ser pueblo de Dios. En el A.T. hay distintas corrientes y distintas posiciones; siempre dentro de la fidelidad a la alianza. No piensan lo mismo – en un mismo período, claro está – los profetas Amós y Oseas, o 1 Macabeos y Daniel, o un libro machista como Eclesiástico que el Cantar de los Cantares, por ejemplo. Y – ya en el N.T. – no es la misma la eclesiología de Hechos de los Apóstoles que la de la 1 Juan, ni lo mismo la carta de Santiago que la carta a los Gálatas. Es por eso que hay 4 Evangelios, precisamente. Cada uno con su cristología, su teología, su eclesiología. Tener como mil evangelios (como parecía que era la tendencia en algunos grupos espiritualistas) era un exceso, pero tener uno solo es otro exceso. El 4 es el número de la universalidad, como los puntos cardinales o los elementos de la tierra; así lo planteaba san Ireneo. 

No puede haber comunión sin diferencia. No puede haber sinodalidad sin camino. En todo camino están los que van en la delantera, en el medio o en la retaguardia; todos caminan, unos alentando en el medio, otros empujando desde atrás y cuidando a los rezagados y otros marcando el camino adelante, guiando. Quién se crea “el” verdadero y único no ha entendido que la Iglesia es comunión; sin duda uno o una puede sentirse más identificado con una propuesta o con otra, y hacerla propia. Pero debe cuidar de no “excomulgar” a los demás, a los que no son “como nosotros”. 

Ekklêsía remite al hebreo qahâl, que es la asamblea, que puede ser militar o litúrgica, una multitud. El verbo hebreo (162x) se traduce muchas veces por ekklêsía (104x, pero 23x en deutero-canónicos), y otras veces por synagôgê (122x, pero 23x en deutero-canónicos; [= 81+99 = 180]).

“…aunque la renovación de la Iglesia sólo puede venir del retorno a su origen, tal renovación es algo completamente distinto de restauración, glorificación romántica del pasado (que, a fin de cuentas, sería tan poco cristiana como la simple modernización). Y esto se debe, en última instancia, a que el Jesús histórico, en el que se apoya la Iglesia, es a la vez el Cristo que ha de venir, el que la Iglesia espera; a que Cristo no es simplemente un Cristo ayer, sino a la vez el Cristo hoy y siempre (cfr. Heb 13, 8) …” (J. Ratzinger, Implicaciones pastorales de la doctrina de la colegialidad de los obispos”,Concilium 1 [1965] 63)

La Iglesia que Jesús quería

La pregunta siempre ha de ser, ¿cómo es la Iglesia que Jesús quería? Toda renovación debe mirar siempre “a las fuentes”. No confundir lo cultural con lo esencial.

La primera pregunta sería si Jesús quería una Iglesia y obviamente la respuesta es ¡no!” puesto que ya había una ekklêsía. Y por eso Jesús se propone restaurarla para que sea “como Dios quiere que sea” (de eso se trata el Reino). Una ekklêsía en la cual cada vez eran menos los que tenían cabida no se parece a la “casa” de Dios, al “pueblo” de “hermanos”.

Dios se elige un pueblo, ¿para qué? para que sepa ser “luz de las naciones” (la liberación plena que Dios quiere para todos necesita “encarnarse” con todas las limitaciones que esto implica). Por eso no interesa que sea ni el mejor, ni el más grande, ni el más fuerte de los pueblos. Le basta que sea uno pequeño que sepa mostrar a todos los demás pueblos que “otro mundo es posible”. No un ambiente donde triunfe el más apto, el más fuerte, el más poderoso sino un pueblo de “hermanos” y hermanas. La clave de la vida de todo Israel es ser precisamente “hermanos” (y hermanas):

“¡Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré!” (Sal 22:23)

Cuando algunos empiezan a sentirse superiores, más perfectos, más puros, más santos que los demás, empiezan a socavar de raíz la asamblea. Cuando las mujeres son despreciadas y desvaloradas, los niños no son tenidos en cuenta, los pobres, los enfermos… entonces Israel debe ser restaurada, debe ser renovada. Por eso Jesús elige 12, no porque fueran “lo que hay” sino para dejar claro ante todos que viene a renovar a Israel. y con los 12 empieza un camino, camino que incluye mujeres, que abraza a los niños, que no es verdadero si los pobres no están en el centro.

Una eclesiología de comunión

La eclesiología que el Concilio propone es una “vuelta a las fuentes”, una eclesiología más parecida a la que Jesús impulsó mirando la realidad del presente histórico.

Claro que el hecho de que el Concilio haya vuelto a la eclesiología de comunión no implica que en todo ésta se manifiesta. Perder poder por parte de algunos, o el esfuerzo de pensar, re-crear y entender por parte de otros, hace que muchas veces 55 años después de terminado el Concilio, muchas veces se siga pensando o deseando una Iglesia piramidal (como cuando se dice “la Iglesia dijo” porque lo dijo un obispo o un papa). 

Acá debemos entender lo que en teología – desde los primeros siglos de la Iglesia y retomada especialmente a partir de la teología del Espíritu Santo se ha profundizado – que es lo que se llama la “recepción”. Podemos decir que algo es plenamente “eclesial” cuando el Pueblo de Dios lo hace “suyo”, lo “recibe como propio”. Así empezó la lista de libros de la Biblia: no están los que un Papa o un Concilio decidieron que estuvieran sino los que las distintas comunidades, con tiempos, con avances y retrocesos, con espiritualidad fueron reconociendo, y en comunión con las demás comunidades, como aquellos textos en los que Dios “nos” habla. Y lo mismo ha de decirse de los grandes santos de la Iglesia: son aquellas y aquellos en quienes el pueblo de Dios reconoció como que “Dios pasó por entre nosotros”. La Institución eclesial se limitó a reconocer lo que el pueblo ya había “recibido. Y lo mismo ha de decirse de los textos. No basta aquello que un Papa o un obispo “dice” o “escribe”; ciertamente él creerá que escribe acompañado por el Espíritu Santo, pero el pueblo de Dios, también él acompañado por el Espíritu Santo, acepta o se desentiende, reconoce que allí Dios está o no presente. Cuando el Pueblo de Dios “recibe” un momento eclesial, o un texto, allí empieza a ser verdaderamente eclesial. Para entender, basta con mirar textos que gozaron de gran recepción y otros que no lo tuvieron. Por ejemplo, se puede mirar la recepción eclesial que tuvieron los documentos de Medellín (1968) y Puebla (1979) y mirar, a su vez el de Santo Domingo (1992). El documento preparatorio de Aparecida lo reconoció: “Tenemos que reconocer que la recepción de esta Conferencia fue menos intensa que la lograda tras la Conferencia de Puebla” (CELAM, Documento de Síntesis de los aportes recibidos para la Vª Conferencia General Nº 23, 30 de marzo 2007).

Comunión en Comunidad

Pero la comunión o el andar juntos no es el de una “manada”, es el de un sueño compartido. Sueño empezado por Jesús, “que un día todos seríamos hermanos” (Carlos Mugica), que Dios reinaría en esa sororidad y fraternidad universal. Una manada va huyendo del peligro o donde un “macho alfa” la conduce, y empezamos mal si creemos que el “macho alfa” de la Iglesia es Francisco, o el obispo Carlos; el que conduce la Iglesia, “el alma de la Iglesia” es el Espíritu Santo (León XIII, Pio XII, Pablo VI, Juan Pablo II, Benito XVI). Y no se trata, tampoco, de huir del peligro que sería “este mundo”, sino estar encarnados en este mundo. Encarnados supone barro. Embarrarse. El Papa Francisco les dijo en una carta a los obispos argentinos (17/4/2013), a pocos días de ser elegido sucesor de Pedro, que prefiere «mil veces» una iglesia accidentada que una iglesia enferma. Una Iglesia «que no sale», a la corta o a la larga, se enferma «en la atmósfera viciada de su encierro». «Es verdad -añadió- también que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente». «La enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la autoreferencialidad; mirarse a sí misma, estar encorvada sobre sí misma como aquella mujer del Evangelio. Es una especie de narcisismo que nos conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado, y luego nos impide experimentar la dulce y confortante alegría de evangelizar».

Los pobres garantía de fidelidad

Cuando el Papa Juan convocó al Concilio para “abrir las ventanas”, para mirar al mundo, habló de “Iglesia de los pobres” (radiomensaje a un mes de inaugurar el Concilio Vaticano II, del 11/9/62) pero, salvo una intervención del cardenal Lercaro, uno de los presidentes de la asamblea, el tema no fue asumido en los documentos finales. Más tarde lo retomó Pablo VI (Evangelica testificatio [29/6/71] 17.18) y Juan Pablo II (Dives in misericordia [30/11/80] 3; Laborem exercens [14/9/81] 8) y las conferencias episcopales latinoamericanas de Medellín y Puebla. Sabemos la insistencia del Papa Francisco: “quisiera una Iglesia pobre para los pobres”, la primera vez en 17/3/13). Ellos no hacen sino hacer suyas las palabras de Jesús: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres el Evangelio” (Lc 4:18). Jesús es ungido (= Mesías) para los pobres. La Iglesia tiene el espíritu de Dios que es el “padre de los pobres” (pregón de Pentecostés); Dios es el “padre de los huérfanos y tutor de las viudas” (Sal 68,6). El camino de la Iglesia, el sueño de Jesús del reino universal de Dios, se mira desde los pobres, sólo si los pobres están en el centro la predicación es “para todos”; los pobres son el test de nuestra fidelidad. Desde el comienzo al final el evangelio eclesial por excelencia (Mateo) empieza ubicándonos del lado de los pobres. Desde las bienaventuranzas (cap.5) hasta el juicio final (cap. 25) los pobres se revelan como el test de la sinodalidad. ¿dónde estamos parados? ¿Hacia dónde caminamos? ¿Con quiénes caminamos? ¿Dónde está nuestro corazón?

Primeros sínodos americanos

«No hay cosa que en estas provincias de las Indias devan los prelados y demás ministros, así eclesiásticos como seglares, tener por más encargada y encomendada por Cristo Nuestro Señor, que es el Sumo Pontífice y rey de las almas, que el tener y mostrar un paternal afecto y cuidado al bien y remedio de estas nuevas plantas de la iglesia, como conviene lo hagan los que son ministros de Cristo. Y ciertamente, la mansedumbre de esta gente y el perpetuo trabajo con que sirven, y su obediencia y subjeción natural podrían con razón mover a cualquier hombre, por ásperos y fieros que fuesen, para que holgasen antes de amparar y defender estos indios que no perseguirlos y dejarlos despojar de los malos y atrevidos. Y así, doliéndose grandemente este santo Sínodo de que no solamente en tiempos pasados se les haya hecho a estos pobres tantos agravios y fuerzas con tanto exceso, sino que también el día de hoy muchos procuran hacer lo mismo, ruega por Jesucristo y amonesta a todas las justicias y gobernadores que se muestren piadosos con los indios… Y a los curas y ministros eclesiásticos manda muy de veras que se acuerden que son pastores y no carniceros, y que como a hijos los han de sustentar y abrigar en el seno de la caridad cristiana» (IIIer concilio de Lima; 1582-1583).

«Por cuanto ninguna parte de este nuestro Obispado está más necesitada de remedio espiritual para las almas de los indios que la provincia de Cuyo y éste es muy dificultoso de poner, porque depende en parte del gobierno de las cosas temporales, como es prohibir que no se saquen indios de la dicha provincia ni se traigan de mita a esta ciudad de Santiago y sus contornos, pasándolos por la cordillera nevada que ha sido sepultura de gran número de hombres y mujeres y niños que por el hambre y rigor de los temporales, de vientos y fríos excesivos, y venir muchas veces en colleras como galeotes porque no se vuelvan a sus tierras, han padecido miserablemente que sólo pensarlo causa compasión y horror que tal se hiciese entre gente cristiana, y por no haberse ejecutado las Cédulas y mandatos de Su Majestad, que siendo informado de tales crueldades y excesos los ha mandado remediar y que los dichos indios no vengan a servir las mitas, con que fueran más doctrinados y se hubieran reducido a partes y puestos cómodos donde se pudiese hacer la dicha doctrina y no se huyesen de temor a partes pantanosas y a las montañas y cerros, por la tiranía de los mestizos y gente desalmada, que les usurpan las mujeres e hijos y les hacen malos tratamientos y molestias, de que resulta que haya muchas mujeres apartadas de sus maridos…” (IIIer Sínodo de Santiago, 1626)

El Iº y IIº sínodo de Popayán (1555 y 1558) habla de los maltratos a los indios (ya en 1565 Bartolomé de Las Casas había escrito al Consejo de Indias) de lo robado a los indios que es contra derecho y que debe ser devuelto. Los encomenderos consiguen que la Corona no apruebe el sínodo y consiguen que en el futuro se les prohíba hablar de estas cosas. Toribio de Mogrobejo, Las Casas y otros multiplican las excomuniones. Las Casas dice:

«Docta y sanctamente lo hicieron los religiosos de la Orden de Sto. Domingo y San Francisco y S. Agustín en la Nueva España, conviniendo y concertándose todos a una de no absolver a español que tuviese indios por esclavos, sin que primero lo llevase a examinar ante la Real Audiencia” (Tratado sobre la esclavitud, 1552).

Y sobre los sacrificios humanos acota Bartolomé:

«… porque más con verdad podemos y muy mejor decir que han sacrificado los españoles a su diosa muy amada y adorada dellos, la codicia, en cada un año de los que han estado en las Indias después que entraban en cada provincia, que en cien años los indios a sus dioses en todas las Indias sacrificaban». (Bartolomé de Las Casas, controversia con Ginés de Sepúlveda, organizada por el rey Carlos V, 1555)

Y ya antes había escrito Domingo de Santo Tomás el futuro primer obispo residencial de La Plata (originalmente Chuquisaca, luego Sucre, Perú):

«Avrá quatro años que, para acabarse de perder esta tierra, se descubrió una boca del ynfierno por la cual entra cada año grand cantidad de gente que la cobdicia de los españoles sacrifica a su dios, y es una mina de plata que se llama Potosí». (carta al rey Carlos V, 1 de julio 1550)

¿Caminamos juntos?

Si el Sínodo supone “caminar juntos”, ¿vamos a caminar sólo con los que son “como nosotros”? ¿Vamos a caminar sólo “los perfectos”? ¿Vamos a tener en cuenta a los caídos al borde del camino?

Como pastor pastorea su rebaño: recoge en brazos los corderitos, en el seno los lleva, y trata con cuidado a las paridas. (Is 40:11)

La vida entera es un camino. Un camino que tiene un punto de partida, un trayecto, tropiezos, resbalones, saltos, retrocesos, caídas, alojamientos, lugares de alimento y de reposo, y una meta (si uno camina sin rumbo, es un errante, un vago; si camina con meta, es un peregrino). Pero es un camino para andar con otros, en comunidad, un syn-hodos.

Un camino que tiene un alimento, la fuente y cumbre de la vida cristiana: el amor. Pero un amor que es encarnado, por eso tiene el nombre de la misericordia, la compasión.

Como en los primeros sínodos de América, ¿quiénes son los que sufren? ¿quiénes los caídos? ¿quiénes los que están en la miseria? ¿por qué están caídos? Los primeros padres no sólo se pusieron del lado de los indios, sino que atacaron sus causas y causantes.

  • Los profetas en la Biblia no sólo manifestaron la urgencia de que el Pueblo dé frutos de “derecho y justicia” para ser luz de las naciones, sino que enfrentaron a los que eran artífices de las tinieblas. No terminaron bien: “¿a qué profeta no mataron sus padres?” les dice Esteban a los que luego lo van a matar a él (Hch 7,52).
  • Juan, el Bautista y Jesús, el de Nazaret, también terminaron como los profetas después de haber llamado “raza de víboras” a los religiosos de su tiempo (Mt 3,7; 12,34; 23,33).
  • Los padres de la Iglesia también pusieron nombre y apellido a los responsables de la pobreza y el hambre: ladrones, avaros, licenciosos, amantes del lujo y desinteresados de la (mala) suerte de los pobres. “Lo que ha sido dado para el provecho de todos te lo apropiaste tú solo” (San Ambrosio); “si ustedes no se hartan de devorar y tragarse a los pobres, yo no me harto de echárselos en cara (san Juan Crisóstomo; cité varios textos en https://blogeduopp1.blogspot.com/2018/11/la-divinidad-de-los-pobres-los-vicarios.html).
  • Lo mismo ocurrió con los primeros padres de la Iglesia latinoamericana, que hemos citado. Y con los segundos. El caso de Enrique Angelelli, próximo beato, es sin duda paradigmático, y con él, el de san Oscar Romero, o el de tantos y tantas, especialmente – pero no solo – mártires por la justicia.
  • El método Ver – Juzgar – Actuar, que inspiró –, en continuidad con la Iglesia latinoamericana, nuestro primer sínodo diocesano (vol. III, 18-27) sabe que debemos “mantener la mirada y el oído atentos a la realidad, a los acontecimientos que interpelan a la Iglesia, a las situaciones que viven personas, familias y barrios y que nos muestran reivindicaciones y aspiraciones que únicamente el Evangelio de Jesús puede iluminar y sólo la aceptación de Cristo Camino, Verdad y Vida puede colmar” (nº 27).

Con ironía, J. I. González Faus dice que algunos pareciera que dicen “y la Palabra se hizo nube y sobrevoló sobre nosotros” (Etty Hillesum. Una vida que interpela, Sal Terrae, Santander 2008, p.73). No hay un Jesús que camine, ni hay un “nosotros” caminando.

Con quienes caminamos

Sin duda habrá quienes no quieren caminar con nosotros, aunque no debamos dejar de invitarlos a hacerlo. Pero ¿podemos caminar habiendo quienes están caídos al borde del camino? El Papa ha hablado con frecuencia de la Iglesia “hospital de campaña” (Conferencia Inaugural del ciclo lectivo de la Facultad de Teología de Buenos Aires, 2014). Tomando la imagen de teólogos latinoamericanos, Aparecida habló de una “Iglesia samaritana” (DA 27), esto es, la que “se hace prójimo” al tener misericordia con los caídos al borde del camino. Con esos no se puede caminar juntos, se los ha de cargar en nuestra cabalgadura y llevarlos a la posada.

En nuestra Iglesia diocesana, que peregrina en Quilmes, Florencio Varela y Berazategui, ¿quiénes son los que “sobran”? ¿Los que están en las periferias sociales, económicas o existenciales? ¿Podemos caminar sin ellos? Mirando los 4 ejes que nos constituyen diocesanamente desde nuestras fuentes:

  • ¿Quiénes son los que no caminan a nuestro lado escandalizados por la falta de unidad de los cristianos? ¿Los que no pueden entender que todos hablemos de casi lo mismo y no sepamos caminar juntos nosotros mismos?
  • ¿Quiénes son los que no caminan a nuestro lado porque no recibieron el anuncio del Evangelio? ¿Los que escucharon noticias superficiales o “golosinas del espíritu” que no nutren su camino sino solamente emociones o instantes? ¿Quiénes los que ante sus vidas reales y sus dolores y angustias concretas no han recibido el anuncio de Buenas Noticas también reales y concretas?
  • ¿Quiénes son los que no caminan a nuestro lado porque no son reconocidos en su dignidad humana, por ser inmigrantes, o pobres, o jóvenes de los barrios a los que se puede despreciar sin dificultad desde el poder?
  • ¿Quiénes son los que no caminan a nuestro lado porque no hacen sino buscar trabajo o pan para sus hijos sin el abrazo fraterno y sororal que los acompañe?

Pablo cuestionaba muy duramente a aquellos de las elites de la comunidad que se creían más importantes que los demás por no ser como ellos (1 Cor 12,21), o no tener sus dones espectaculares, o que terminaban logrando que los débiles e insignificantes no se sintieran parte del cuerpo eclesial por no ser como ellos (12,15-16). Y les reitera que los más importantes y valorables son los más “débiles” (12,22).

En este caminar juntos, ¿quiénes son los más escuchados? ¿los más valorados o respetados? ¿Volveremos a una Iglesia piramidal donde las voces son escuchadas jerárquicamente? Si somos Iglesia de hermanas y hermanos, ¿cómo se escuchan sus voces? En tiempos de Jesús, el dicho “dime con quién andas y te diré quién eres” funcionaba a la perfección. Jesús era tenido por “comilón y borracho” por andar con publicanos y pecadores (Lc 7,34). Quizás a algo por el estilo se refiera el Papa al pedir “pastores con olor a oveja” (por primera vez el Jueves Santo, 28/3/2013). ¿Qué dicen de nosotros, los cristianos de Quilmes en nuestros barrios? ¿A qué olemos? Porque no es lo mismo oler a oveja que a perfume francés; no es lo mismo que nos llamen “comilones y borrachos” que nos digan “monseñores” o “padres”.

No es tan importante que la diócesis haga un Sínodo. Lo importante es ser Iglesia sinodal. Iglesia en salida o en camino; Iglesia donde haya quienes recojan a los caídos y los atiendan, que espere a los rezagados y los abrace. Iglesia donde haya quienes canten en medio de la fiesta, celebrando la vida, escuchando (mucho más que hablando). Iglesia donde los profetas griten los proyectos de Dios, marcando rumbos, cuestionando los carteles indicadores que conducen al sinsentido y mostrando los senderos de la vida y la esperanza, de la paz y la alegría. Iglesia que mire atentamente los faros de nuestra historia, como son los mártires y los santos de ayer y de hoy. Mirando la imagen señera del beato Enrique Angelelli y el rostro sereno de Jorge Novak indicándonos “es por acá”. Dejándonos guiar por esta nube de testigos seremos una Iglesia sinodal y – sin duda alguna – muchos serán felices de caminar así con nosotros.

Tríptico del presentación del III Sínodo de la Diócesis de Quilmes. Ver aquí