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HOMILIA EN EL TE DEUM DEL 09 DE JULIO DE 2025
Catedral de Quilmes

Hermanas y hermanos:

Estamos reunidos para celebrar los 209 años de la Declaración de la Independencia por el Congreso reunido en Tucumán el 9 de julio de 1816. Ese día, las manifestaciones populares se concentraron en los alrededores de la Casa de Tucumán, coreando el grito de «Viva la Patria». La sesión del Congreso se extendió hasta altas horas de la noche, por lo que los festejos se llevaron a cabo al día siguiente. Las Provincias Unidas decidieron unirse formando el Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas en Sudamérica y buscando un acuerdo con Buenos Aires para afirmar su deseo de soberanía.

Este hecho histórico marcó la ruptura definitiva de la dependencia política de la corona española, completando así el proceso revolucionario que comenzó el 25 de mayo de 1810. Debido a los problemas existentes en las Provincias Unidas, el Congreso se llevó a cabo en Tucumán. Allí, los diputados retomaron las relaciones rompiendo «los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España» y proclamaron a Argentina como «una nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli». Además, días después, agregaron a esta declaración «y de toda otra dominación extranjera», dejando claro que no aceptarían ningún sometimiento al rey de Portugal. 

El 10 de julio se celebró una misa en el templo de San Francisco, a la que asistieron los principales referentes de la sociedad tucumana. Luego, el 21 de julio, se llevó a cabo una gran fiesta popular en el Campo de Carreras, un lugar simbólico debido a la Batalla de Tucumán. Durante esta celebración, Manuel Belgrano y el gobernador Aráoz brindaron sus primeros discursos en los que valoraron el patriotismo de los combatientes y convocaron al apoyo del pueblo.

Fueron 29 diputados del Congreso de Tucumán los que firmaron el acta de Independencia. Cada uno de ellos representaba a aproximadamente 15.000 habitantes. Francisco Narciso de Laprida, diputado por San Juan, presidió la sesión. El vicepresidente fue Mariano Boedo, diputado por Salta. José Mariano Serrano y Juan José Paso fueron los secretarios designados.

Hoy, queridos amigos, venimos a esta Catedral de Quilmes, para alabar a Dios, dando gracias por nuestra Independencia. Eso es el “Te Deum”: un himno de alabanza.

Hermanas y hermanos, el pasaje del evangelio según san Mateo que recién se proclamó nos sorprende con la íntima expresión orante de Jesús, que se empequeñece ante nuestros ojos a la vez que se abre al infinito de Dios en su calidez de Padre. Y Jesús, lleno del Espíritu Santo, exclama: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños”. Jesús descansa en su centro más profundo: el sentirse Hijo amado, y hermanado en aquellos mismos pequeños que recibieron de sus manos ese amor del Padre.

Ese amor alivia, suaviza, apacienta y en él la vida deja de ser una carga. La solidaridad fraternal que crea quita el agobio y ese peso desmedido con el que nuestra propia presunción y obstinación ahogan el alma.

Dios nos hermana en Jesucristo, para que su amor cuidadoso, paciente, estimulante, nos libere de la ceguera y coraza del propio orgullo y vanidad, revelándonos que, en ese amor, una vida distinta es posible.

Estamos aquí, porque queremos dejarnos iluminar por ese amor de Dios y renovar el sueño memorable que nos acerca la historia de quienes nos precedieron, los que gastaron su vida para que pudiéramos estar aquí. Los que nos hermanaron en su amor a la Patria con su trabajo y lucha por ella, los que se dejaron inspirar en su fe para tener generosidad grande, entrega sin medida.

Jesús en el evangelio nos habla de la humildad. Así como Jesús alaba al Padre por esta revelación a los pequeños, a los humildes, deberíamos también alabar al Padre por haber hecho salir el sol de julio en quienes confiaron en el don de la libertad, esa libertad que hizo brotar en el corazón de aquel pueblo que apostó a la grandeza, sin perder conciencia de su pequeñez.

Intereses y tendencias distintas no ahogaron la semilla que fue creciendo en sacrificio, heroísmo y entrega amorosa al deseo de construir la patria.

La memoria de julio nos señala el arrojo de quienes se fortalecieron en su humilde condición y no escatimaron esfuerzos, sacrificios, renuncias, despojos y muerte para el largo camino de construir un hogar para todos los de buena voluntad que poblaron este suelo argentino.

No cimentaron la Patria en delirios de grandezas desafiantes y poco creíbles, sino en el cotidiano construir, luchar, equivocarse y rectificarse.

Basta recorrer estos más de doscientos años para ver que hubo, como habrá siempre, intereses mezquinos, ambiciones personales y de grupos, pero sólo perduró lo que fue construido para todos, para el Bien Común de todos. 

En el año 2011, el arzobispo de Buenos Aires, Cardenal Jorge Bergoglio, decía en un Te Deum: “Elevando como Jesús nuestra mirada al Padre, reconoceremos a aquellos que desde lo humilde, y sólo desde lo humilde, hoy como aquel entonces, pueden aportar y compartir. Aquellos que pudieron y pueden liberarse del peso de todo lo desmedido que podría haber en sus ambiciones, y cobran vuelo en iniciativas, creatividad y entrega a lo más noble”. “Nos sentimos llamados a pedir la gracia de renovar nuestro espíritu, despertar a nuestra verdad que, por dura que parezca, no deja de ser esperanzadora, ya que el que se encuentra consigo mismo, con los demás y con Dios, se encuentra con la verdad, y sólo la Verdad nos hace libres (Jn. 8, 33)”.

Hoy, conmemoramos también el 24° aniversario del fallecimiento de nuestro primer pastor, el Padre Obispo Jorge Novak. Luego rezaremos ante su tumba. En este sur del gran Buenos Aires, con su humildad y su amor a los humildes, fue un verdadero prócer que iluminó con el Evangelio las oscuridades de la injusticia, de la corrupción y del desprecio de la dignidad de la vida humana. Su ejemplo nos anime en nuestro camino de esperanza.

+ Carlos José Tissera
Obispo de Quilmes

HOMILIA EN EL TE DEUM DEL 25 DE MAYO DE 2025
Catedral de Quilmes

Hermanas y hermanos:

Venimos a alabar y dar gracias a Dios en el 215° aniversario del primer gobierno, y lo hacemos con lo que tradicionalmente llamamos: el Te Deum.

Este himno, el “Te Deum”, hunde sus raíces en una antigua tradición de la Iglesia y ha servido en los momentos significativos de la historia argentina para unir a la comunidad en actitudes constructivas y superadoras. Nacido hace más de 1600 años, es un himno que acompañó la historia de los pueblos, ciudades y naciones en memorables acontecimientos.

El primer gobierno patrio de 1810, fue precedido por años de luchas y conquistas de los criollos de este suelo. Quilmes fue testigo de ello: en estas riberas desembarcaron los ingleses con la pretensión de ubicar los productos de sus fábricas que España les impidió, pero los valerosos criollos resistieron y vencieron, sin la ayuda de la alicaída Metrópoli hispana. Así fue creciendo el fervor patriótico que desembocó en un grito revolucionario el 25 de mayo de 1810.

El centro de la celebración de hoy, es la Palabra de Dios. Él nos habla, nosotros lo escuchamos y le respondemos con nuestra oración y con nuestra vida.

El evangelio nos presenta a Jesús en la última Cena, reunidos para comer el cordero pascual, anticipo misterioso de su entrega total en la Cruz, y quedándose presente desde entonces en el regalo de la Eucaristía, bajo las apariencias del pan y del vino. Recién hemos escuchado una parte del largo discurso que nos relata san Juan. Nos dice: «Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman!» .

Jesús ofrece su paz, y más adelante también prometerá la alegría. Paz y alegría son dos necesidades profundas del corazón: la seguridad y la intensidad, la serenidad y el entusiasmo. Pero la paz de Jesús no es la serenidad psicológica del que vive cómodo en su mundo y no se preocupa por nada. Su paz es otra cosa. Es la seguridad que dan su presencia y su amor en medio de las angustias y preocupaciones. Sabemos que el mismo Jesús padeció lo que es la angustia y alteraciones interiores. Por eso aclara cómo nos regala su paz: “no la doy como la da el mundo”. La paz y alegría que Jesús promete no brotan de las seguridades del mundo, sino del amor. (Cfr. Víctor M. Fernández; “El evangelio de cada día”)

El que se deja amar por Jesús y reacciona amándolo y sirviendo al prójimo, encuentra la verdadera paz de su corazón, la paz que los intereses del mundo no nos pueden dar.

En este día no podemos olvidar al querido Papa Francisco, fallecido hace ya un mes. Sus homilías, cuando era arzobispo de Buenos Aires, en algunos de los Te Deum del 25 de mayo, siguen siendo muy actuales. En el año 2006, comentó las Bienaventuranzas del Evangelio según san Mateo.

Quisiera repetir sus palabras comentando las bienaventuranzas relacionadas con las palabras del Evangelio que escuchamos.

« “Felices los pacientes porque recibirán la tierra en herencia” . Es bueno recordar que no es manso el cobarde e indolente sino aquel que no necesita imponer su idea, seducir o ilusionar con mentiras, porque confía en la atracción -a la larga irresistible- de la nobleza. Por eso nuestros hermanos hebreos llamaban a la verdad “firmeza” y “fidelidad”: lo que se sostiene y convence porque es contundente, lo que se mantiene a lo largo del tiempo porque es coherente. La intemperancia y la violencia, en cambio, son inmediatistas, coyunturales, porque nacen de la inseguridad de sí mismo. Feliz por eso el manso, el que se mantiene fiel a la verdad y reconoce las contradicciones y las ambigüedades, los dolores y fracasos, no para vivir de ellos, sino para sacar provecho de fortaleza y constancia.

Desdichado el que no se mantiene mansamente en la verdad, el que no sabe en qué cree, el ambiguo, el que cuida a toda costa su espacio e imagen, su pequeño mundito de ambiciones. A éste -tarde o temprano- sus miedos le estallarán en agresión, en omnipotencia e improvisación irresponsable. Desdichado el vengativo y el rencoroso, el que busca enemigos y culpables sólo afuera, para no convivir con su amargura y resentimiento, porque con el tiempo se pervertirá, haciendo de estos sentimientos una pseudo-identidad, cuando no un negocio. ¿Cuántas veces hemos caído los argentinos en la “malaventuranza” de no haber sabido conservar tal mansedumbre? En la “malaventuranza” del internismo, de la constante exclusión del que creemos contrario, de la difamación y la calumnia como espacio de confrontación y choque. Desdichadas actitudes que nos encierran en el círculo vicioso de un enfrentamiento sin fin. ¿Cuántos de estos caprichos y arrebatos de salida fácil, de “negocio ya”, de creer que nuestra astucia lo resuelve todo, nos ha costado atraso y miseria? ¿No refleja acaso nuestra inseguridad prepotente e inmadura?

Felices, en cambio, si nos dejamos convocar por la fuerza transformadora de la amistad social, ésa que nuestro pueblo ha cultivado con tantos grupos y culturas que poblaron y pueblan nuestro país. Un pueblo que apuesta al tiempo y que conoce la mansedumbre del trabajo, el talento creativo e investigador, la fiesta y la solidaridad espontánea, un pueblo que supo ganar o “heredar la tierra” en la que vive.

Este es el verdadero trabajo por la paz, como dice otra de las Bienaventuranzas: “Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” ; el que incluye y recrea, el que invita a convivir y compartir aun a los que parecen adversarios o son extranjeros. El que piensa del otro: éste no puede ser sino ‘hijo de Dios’; hijo de lo alto en su fe e hijo de esta tierra en su cultura. La paz comienza a afianzarse cuando miramos al otro como hijo de Dios, como hijo de la Patria. Por eso decimos hoy: felices aquellos de nuestros mayores que trabajaron por la paz para nuestros pueblos y se dejaron pacificar por la ley, esa ley que acordamos como sistema de vida ya la que una y otra vez debemos volver a poner en lo más alto de nuestros corazones.

¡Pobre el que burla la ley gracias a la cual subsistimos como sociedad! Ciego y desdichado es, en el fondo de su conciencia, el que lesiona lo que le da dignidad. Aunque parezca vivo y se jacte de gozos efímeros ¡qué carencia! La anomia es una “malaventuranza”: esa tentación de “dejar hacer”, de “dejar pasar”, ese descuidar la ley, que llega hasta la pérdida de vidas; esa manera de malvivir sin respetar reglas que nos cuidan, donde sólo sobrevive el pícaro y el coimero, y que nos sumerge en un cono de sombra y desconfianza mutua. Qué dicha en cambio siente uno cuando se hace justicia, cuando sentimos que la ley no fue manipulada, que la justicia no fue sólo para los adeptos, para los que negociaron más o tuvieron peso para exigir, ¡qué dicha cuando podemos sentir que nuestra patria no es para unos pocos! Los pueblos que a menudo admiramos por su cultura, son los que cultivan sus principios y leyes por siglos, aquellos para los cuales su ethos es sagrado, a pesar de tener flexibilidad frente a los tiempos cambiantes o las presiones de otros pueblos y centros de poder.

Qué desventurados en cambio somos cuando malusamos la libertad que nos da la ley para burlarnos de nuestras creencias y convicciones más profundas, cuando despreciamos o ignoramos a nuestros próceres o al legado de nuestro pasado, cuando incluso renegamos de Dios, desentendiéndonos de que en nuestra Carta Magna lo reconocemos “fuente de toda razón y justicia”. El maduro acatamiento de la ley, en cambio, es el del sabio, el del humilde, el del sensato, el del prudente que sabe que la realidad se transforma a partir y contando con ella, convocando, planificando, convenciendo, no inventando mundos contrapuestos, ni proponiendo saltos al vacío desde equivocos vanguardismos.

Éste el camino de los justos; el que emprenden los que tienen hambre y sed de justicia y que, al vivirla, “ya son saciados” como nos dice el Evangelio: “Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados” . Feliz el que cultiva el anhelo de esa justicia que tanto procuramos a lo largo de nuestra historia; anhelo que posiblemente nunca se saciará por completo, pero que nos hace sentir plenos al entregarnos en pos de la mayor equidad. Porque la justicia misma estimula y premia al que arriesga y se desgasta por ella y da oportunidad al que trae esfuerzos genuinos y sólidos. Feliz el que practica la justicia que distribuye según la dignidad de las personas, según las necesidades que esta dignidad implica, privilegiando a los más desprotegidos y no para los más amigos. Feliz el que tiene hambre y sed de esa justicia que ordena y pacífica, porque “pone límites a” los errores y las faltas, no las justifican; porque contesta el abuso y la corrupción, no la oculta ni encubre; porque ayuda a resolver y no se lava las manos, ni hace leña del árbol caído. Felices nosotros si la apelación a la justicia nos hace arder las entrañas cuando vemos la miseria de millones de personas en el mundo”

Desdichados en cambio si no nos quema el corazón ver cómo en las calles, en las mismas puertas de las escuelas de nuestros hijos, se comercian drogas para destruir generaciones, convirtiéndolas en presa fácil del narcotráfico o de los manipuladores de poder. Desdichados porque se paga muy caro el drenaje de la cultura hacia lo superficial y el escándalo marketinero, (expresiones de desprecio de la vivencia espiritual que buscan avivar el vacío); se pagan muy caro la mentira y la seducción demagógica para transformarnos en simples clientes o consumidores. Abramos los ojos, no es esclavo el que esta encadenado, sino el que no piensa ni tiene convicciones. No se es ciudadano por el solo hecho de votar, sino por la vocación y el empeño construir una Nación solidaria».


En este 25 de mayo, al recordar a grandes próceres, no podemos olvidar a este argentino, que como muchos grandes hombres de la patria, fue criticado y maltratado desde las grandes columnas periodísticas, como por tantos que se hicieron eco de las opiniones de los que se sintieron afectados en sus mezquinos intereses ante la prédica evangélica del Papa, que seguramente pasará a la historia como el Papa de los pobres y de los sin voz, anunciando al mundo entero “la alegría del Evangelio”.

En este Año Santo de la Esperanza, hermanas y hermanos, dando gracias a Dios por ser sus criaturas, le pedimos ser constructores de la Patria con hambre de justicia y de paz, sedientos del amor que hace firme nuestra esperanza.

La Virgen de Luján, esperanza del pueblo argentino, nos acompaña en el caminar.

+ Carlos José Tissera
Obispo de Quilmes


Domingo 9 de julio de 2023
Iglesia Catedral – Quilmes

Sres. Integrantes del Ejecutivo Municipal
Sres. Legisladores
Sres. Concejales
Autoridades del Poder Judicial
Hermanas y hermanos de otras confesiones cristianas y de otros credos
Autoridades Militares y Policiales
Representantes de las asociaciones intermedias 
Instituciones del Partido de Quilmes
Abanderados, Docentes y alumnos
Personas de los Medios de prensa
Sr. Cura Párroco

Hermanas y hermanos:

El pasaje del Evangelio que hemos escuchado nos presenta a Jesús orando al Padre; alabándolo al sentirse Hijo muy amado, y hermanado con aquellos pequeños a quienes Jesús les ha manifestado ese amor del Padre.

Dios, en Jesucristo, nos hace hermanos. Su amor nos cuida, nos hace pacientes, nos estimula y nos libera de la ceguera de nuestro orgullo y vanidad. Nos revela que, en ese amor, una vida distinta es posible. 

Estamos aquí dando gracias a Dios por esa generación de hombres y mujeres argentinas que, interpretando un creciente sentimiento de libertad de los pueblos a quienes representaban, asumieron la grave responsabilidad de encauzar los ideales americanistas. No pensaron en sí mismos mezquinamente, sino que despojados de ambiciones personales no ahorraron sacrificios para unirse en la causa de la Independencia.

Se solidarizaron con los ideales de otros estados que surgían con la misma vocación. José de San Martín, Manuel Belgrano, Martín Miguel de Güemes y tantos otros Padres de la Patria animaron incondicionalmente a los congresales y cifraron su esperanza en aquel Congreso soberano de julio de 1816.

La independencia y libertad proclamadas hace más de dos siglos, no siempre se tradujeron en tiempo de paz y progreso para todos. Provincias sin recursos y familias pobres sin casa, con muchos argentinos al borde o fuera del sistema laboral, no reflejan las aspiraciones federales de los congresales en Tucumán.

Me hago eco de la declaración que han hecho los Equipo de Curas de Villas y Barrios Populares de Buenos Aires y Gran Buenos Aires, titulada: “No se olviden de las y de los pobres”.

“El anuncio del Evangelio de Jesús, nos invita al compromiso por el otro y a apostar por la vida comunitaria. Los derechos humanos hoy son ineludiblemente derechos sociales. La democracia no debe dejar a nadie afuera, debe incorporar a todos, especialmente a los rotos, hacerles lugar. ¡No dejemos que nos roben esa esperanza! Muchas veces vemos a las dirigencias de diversos ámbitos desconectadas de la vida concreta de las mayorías, envueltas en internismos, buscando ocupar espacios de poder. No abundan las propuestas concretas que expresen vocación de transformar, de imaginar un sueño que ayude a poner de pié y caminar tras de él. Las y los más pobres se volvieron casi invisibles para la agenda política y mediática, cuando no son objeto de declaraciones insensibles que denotan violencia y aporofobia (rechazo, aversión, temor y desprecio hacia el pobre)

Siguiendo la encíclica “Fratelli Tutti” del Papa Francisco, afirmamos que es imperiosa una política de fraternidad y amistad social arraigada en la vida del pueblo. Sobre todo se trata de encontrar mecanismos para garantizar a todas las personas una vida digna de llamarse humana. Por eso valoramos profundamente la vocación política, la política como servicio, que abre cauces nuevos para que el pueblo se organice y se exprese. Una política no solo para el pueblo sino con el pueblo, arraigada en sus comunidades, y en sus valores, también los religiosos. 

La principal herramienta de transformación que tiene el que gobierna es el Estado. En las villas o barrios populares necesitamos de una presencia inteligente del Estado, de un Estado emprendedor, pero sobre todo de un Estado que entre en la lógica del cuidado de los más frágiles. Es verdad que hay algunas políticas que se vienen enfocando en este sentido, como las vinculadas a la integración socio-urbana de los barrios populares o los programas de abordaje comunitario de las personas que padecen adicciones, pero entendemos que resultan insuficientes. 

La pobreza no es solo escasez de recursos materiales. El lazo social que se rompe en las crisis no se recupera automáticamente en tiempos de bonanza económica. Para revertir las heridas de la crisis, la violencia, la vida en calle, la marginalidad, la adicción, las fatales consecuencias de la desesperanza, la falta de educación, no solo se necesita dinero, sino también poner mucho el cuerpo y mucho tiempo. Urge consolidar y profundizar los programas de cuidado, que organizan la comunidad para la reconstrucción del tejido social.

Para abordar la pobreza multidimensional hay que profundizar estos caminos: techo, tierra, trabajo y reconstrucción de la comunidad. Otra vez el pueblo argentino debe volver a saber que es posible alcanzar una tierra para trabajar, para construir un techo y así cuidar de una familia. Debe redescubrir el camino de la educación como la mejor política de seguridad. Debemos recuperar el cuidado de las infancias, respetar a los abuelos y abuelas, cuidándolos, y aprendiendo de su sabiduría de vida. En definitiva en este tiempo electoral el resumen de lo que queremos expresar es: «No se olviden de las y los pobres».”


Desde esta ciudad de Quilmes, que fue partícipe de las grandes gestas de la Patria, queremos dar gracias en estos 207 años de la Independencia. La imagen de la Casa histórica de Tucumán nos compromete a hacer de este lugar en que vivimos una casa para todos, donde nadie esté excluido. Porque para nosotros la Patria es un regalo de Dios, un don de su amor que estamos llamados a cuidar y a desarrollar. La tierra donde nacimos es símbolo de los brazos de Dios que nos han acogido en este mundo, y el pueblo del que formamos parte es una trama que nos contiene, nos otorga una identidad y un sentido de pertenencia. (Cfr. “Bicentenario de la Independencia. Tiempo para el encuentro fraterno de los argentinos”. Cap. I, II y V. CEA. 2016)

Hoy hacemos memoria de un argentino que sirvió como pastor a la causa de la justicia y de la fraternidad: el Padre Obispo Jorge Novak, a veintidos años de su muerte. Su ejemplo de ciudadano nos estimula en el compromiso de hacer “una patria de hermanos”.

Que la Virgen de Itatí a quien hoy celebramos, nos inspire los caminos para cuidar la fragilidad de nuestro pueblo”

+ Carlos José Tissera
Obispo de Quilmes