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Catedral de Quilmes, jueves 07 de diciembre de 2023

“Apacienta a mis ovejas” (Jn. 21, 7)
“Somos simples servidores” (Lc. 17,10)

Queridos Joaquín y Lautaro:

En este altar, ante la mirada de la Inmaculada Concepción, muchos hermanos han sido ordenados diáconos, sacerdotes y obispos. El más destacado es nuestro querido Padre Obispo Jorge Novak, Siervo de Dios.

Nuestra diócesis de Quilmes, como en tantos lugares de la patria y del mundo, cuenta con un pueblo fervientemente mariano. En esta fiesta de la Inmaculada, cuántas familias la celebran en los barrios, en las comunidades de distintas procedencias. La alegría y la fiesta es una de las características de esta profunda devoción de nuestro pueblo. Muchos peregrinan a sus santuarios y tantas niños y niñas se acercan gozosos a hacer su Primera Comunión. “Mi Purísima” como la llamaba el Santo Cura Brochero, está grabada en el corazón creyente de nuestro pueblo cristiano.

Nadie como los santos han experimentado el tierno amor de la Virgen. Muchos de ustedes han sido testigos del amor a la Virgen que profesaba el Padre Obispo Jorge. Celebrar la Inmaculada Concepción de María significa reconocer la mirada de predilección de Dios hacia ella, que al elegirla como Madre para su Hijo la preparó con su gracia como una digna morada. Así la hizo plenamente disponible a Dios, liberada de las resistencias del orgullo humano y del deseo de autonomía frente a Dios. Ella es modelo de toda vocación, de respuesta al llamado de Dios.

Santa Teresita del Niño Jesús, que en este año celebramos los 150 años de su nacimiento y los 100 años de su beatificación, fue una joven que vivió la caridad en la pequeñez, en las cosas simples de la vida cotidiana; y lo hace en compañía de María, aprendiendo de ella que “amar es darlo todo, darse incluso a sí mismo”. Dice en uno de sus escritos: “Yo sé que en Nazaret, Madre llena de gracia, viviste pobremente sin ambición de más. ¡Ni éxtasis, ni raptos, ni sonoros milagros tu vida embellecieron, Reina del Santoral…! Muchos son en la tierra los pequeños y humildes: sus ojos hacia ti pueden alzar sin miedo. Madre, te place andar por la vía común, para guiar las almas al feliz Más Allá” (Cfr. Francisco. “C´Est la confiance”, 36-37)

Joaquín y Lautaro, esto que cuenta Santa Teresita, nos sirve para contemplar la humildad de la fe. Si bien a nuestra gente le gusta visitar los grandes santuarios y admirar las bellas vestimentas y adornos de la Virgen, cada uno de ellos miran a María en la pobreza y sencillez de la vida diaria. Sus estampas o imágenes quizás no sean de un gran escultor o tengan la firma de algún famoso pintor, pero con sus ojos del alma ven a la Virgen que comparte la estrechez de sus viviendas, las vicisitudes del dolor y las alegrías sencillas de la vida común de cada uno. María, de modo misterioso, va ayudando a formar esas santas y santos “de la puerta de al lado”. Esas personas les ayudarán a vivir su fe y su ministerio. Ustedes lo han aprendido en sus familias. Diferentes son las historias familiares de ustedes dos. Pero proceden de hogares de gente de trabajo y de lucha, que les dieron abrigo de amor y ejemplo de paciencia y sacrificio. Es el gran capital que les regalaron para ser la persona que hoy son. ¡Gracias a ustedes, los padres de Lautaro y Joaquín, y a sus familias!

La Iglesia, cada uno en su lugar, les ayudó a escuchar a Jesús y a seguirlo.

La comunidad eclesial la componen personas concretas. Por eso, cómo no recordar hoy al P. Francisco Urbanija que a vos, Lautaro, te vió crecer y que te acompañó en tu formación sacerdotal. No sólo con sus palabras y consejos, sino con el ejemplo de un ministerio vivido en fidelidad hasta el final.

Vos, Joaquín, experimentaste la Iglesia como una mamá servicial, generosa, fuerte y tierna a la vez; esa persona es la Hermana Renza, referente de tantas y tantos en nuestras barriadas, no sólo de Berazategui, sino de toda nuestra diócesis.

¡Gracias a tantas y tantos que con sus vidas entregadas nos hablan de Jesús y nos invitan a seguirlo!

A los pies de la Virgen, a días de la beatificación del Cardenal Pironio, recordamos sus palabras:

“A la luz de Nuestra Señora nosotros comprendemos tres cosas: que la felicidad consiste en decirle al Señor siempre Sí, que hay que ser fieles al Padre en el silencio y la cruz, y que la fidelidad está hecha de pobreza, de confianza y de disponibilidad. Sólo los pobres pueden confiar plenamente en el Señor y apoyarse en la infalible certeza de su amor para decirle que Sí con toda el alma. Nos entregamos porque Dios es fiel. Los temores y límites de nuestra fidelidad humana están iluminados por la infinita e inquebrantable fidelidad de Dios. Nos hemos entregado a un Dios que nunca falla, que mantiene su promesa y que está siempre con nosotros” (Pironio, “Vida consagrada”. Ed. Patria grande. Pg. 90-91)

Gustemos ahora del Ritual de Ordenación que, con gestos y palabras, nos revela el gran amor de Dios, que no deja de proveer hombres para servicio suyo y de su Pueblo santo.

¡Ave María Purísima!

+ Carlos José Tissera
Obispo de Quilmes

HOMILIA MISA DE ORDENACIÓN SACERDOTAL

LUCAS CHIAPPE
Sábado 25 de noviembre de 2023

Santuario de Dios Padre, Schöenstatt. Florencio Varela
“Permanezcan en mi amor” (Jn. 15, 9)

Hermanas y hermanos; querido Lucas:

Las palabras de Jesús “permanezcan en mi amor” han sonado muy fuertes en tu corazón y en nosotros hoy. En la tarjeta de invitación que nos acercaste, has querido plasmar los grandes amores de tu vida, expresión de ese amor permanente del Señor.

Has elegido para esta Misa preciosos textos que hablan de tu experiencia del amor de Dios.

Escuchamos unos versículos del capítulo 15 del evangelio según san Juan. Jesús se compara con la parra, la vid, de la cual nosotros somos sus ramas. El Padre es el que cuida la vid, podándola y limpiándola para que dé más fruto (15,2). Esa comparación hace que repetidas veces Jesús diga: “¡permanezcan en mí!”. El acento puesto por Jesús está en dar fruto. De la unión con Él depende la fecundidad de nuestra vida. Los discípulos glorifican a Cristo y al Padre cuando permiten que la vida de Cristo dé fruto en sus vidas: “La gloria del Padre está en que den mucho fruto” (Jn. 15, 8). La fecundidad del hombre glorifica al Dios que al crearlo le pidió: “Sé fecundo” (Gn. 1, 28). Y en esta fecundidad tiene mucho que ver la oración: “pidan lo que quieran y lo conseguirán” (Jn. 15, 7)

Nuestra unión con Cristo no es buscada sólo con un fin utilitarista, eficientista; no tiene sólo la finalidad de producir, sino que comporta una relación de diálogo y amor. Con gran ternura Jesús dirá: “Como el Padre me amó, yo también los amé” (Jn. 15, 9) Y continúa: “permanezcan en mi amor” (Jn. 15, 9), precioso versículo que ilustra tu tarjeta.

Si continuáramos leyendo el texto de Juan, veremos cómo Jesús abre su corazón a los discípulos. Al decir del Santo Cura Brochero: “en la última Cena el Corazón de Jesús explotó de amor”. Allí los llama amigos; nos llama amigos. Nos pide lo que puede hacernos felices, lo que nos conviene: que nos amemos. Ese es el fruto que él espera de nosotros, esa es la fecundidad que produce su vida en nuestra vida; y para eso nos ha elegido: “Lo que les mando es que se amen unos a otros” (Jn. 15, 17)

“La fecundidad de la vida no está simplemente en producir, en multiplicar obras, en desgastar energías, en acumular éxitos y sumar planes y proyectos. La fecundidad del hombre está en la intensidad de su amor al hermano. San Maximiliano Kolbe abandonó todos los maravillosos proyectos de su vida por un solo acto de amor a un hermano. Él sabía que ese único acto de amor por el cual él ofrecía su vida en favor de un hermano, valía más que todos sus planes apostólicos, y todo lo que pudiera producir en muchos años de vida. Y sabía que ese acto de amor podía producir mucho más en bien de la humanidad, de un modo misterioso, que todo lo que su mente había planificado”. (Card. Víctor M. Fernández. “San Juan y su mundo”. Ediciones Paulinas. Bs. As. 1992. Pg. 148)

Desde hoy, serás quien presidirá la comunidad de los discípulos misioneros de Jesús, partiendo el Pan de Vida. Por tus gestos y palabras consagrarás el Cuerpo y la Sangre de Cristo para los hermanos. Signo del amor de Dios y alimento del amor fraterno. ¡Misterio de amor!

En esa escuela del amor eucarístico, el Señor, Pan de Vida, te irá formando sacerdote para su pueblo. Dejate amasar por Él y por el pueblo santo de Dios, para ser pan de bondad para “todos, todos, todos”, como insistentemente nos dice el Papa Francisco.

El P. José Kentenich te diría hoy: “Quien quiera conquistar los corazones, debe dar a cambio su propio corazón. ¡En la humildad, por debajo de todos! ¡En el amor, por encima de todos! El amor exige amor recíproco, por eso es incansable en pruebas de amor”. Él también ha dicho: “Mi profesión principal, mi deber principal y mi oración principal, es y seguirá siendo: ¡Amar!

La alegría que hoy tenés, es como la de aquel niño y adolescente que “retozaba” por los campos de Bragado, y de los días felices compartidos con tus amados padres Gloria y Carlos, y con tus queridos hermanos. Tu familia fue la primera y fecunda escuela de amor, donde Jesús te abrazó tiernamente, despertando en vos un sencillo amor a los seres queridos, amigos y compañeros, a la vez que cultivabas un profundo amor a la tierra bendita del campo argentino que te vió crecer.

El texto que elegiste de San Pablo, segunda carta a los Corintios (2 Cor. 12, 7-10) también habla de tu historia de seguimiento de Jesús. Tomado de su mano, has podido experimentar el barro de las miserias humanas, fuera y dentro de la Iglesia, y también tu propio barro. Qué fuerte suena también en vos la palabra: “Tres veces pedí al Señor que me librara, pero él me respondió: ´Te basta mi gracia¨, porque mi poder triunfa en la debilidad”. Y si mal no recuerdo, fueron tres veces (y si no le pego en el palo…) que esa exclamación salió de tu alma como un grito fuerte y confiado, a lo largo de estos años de seguimiento del Señor. La presencia de tus formadores, de tu familia y de la gente del pueblo fueron instrumentos de Dios para que reconocieras la voz del Señor en la historia concreta de tu vida, sin escandalizarte, sin cerrarte en tus ideas o en tus percepciones, sino que escuchaste la Palabra y abrazaste la fragilidad humana, como Jesús lo hizo; así comprendiste lo de Pablo: “Me complazco en mi debilidad… soportada por amor de Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”.

Y por eso mismo, elegiste el salmo 115, que dice: “Amo al Señor porque Él escucha el clamor de mis súplicas. Porque inclina su oído hacia mí cuando yo lo invoco”. El Señor te ha escuchado, querido Lucas. Hoy serás Sacerdote para siempre. Todo de Dios y todo de su pueblo. Por eso, también con el salmo decís: “¿Con qué pagaré al Señor, todo el bien que me hizo?”

La mano del Señor te trajo este último tiempo a la casa de la Virgen en Argentina, la Basílica de Luján. La Virgencita es testigo de todo este tiempo valioso de tu vida. Junto a Ella has aprendido a amar, como Ella ama. Has contemplado el amor de María a su pueblo, y has compartido las alegrías y las penas de tantas mujeres y tantos hombres que peregrinan al Santuario para ser cubiertos por el manto de la Madre, abrazados por su ternura y consolados con su presencia. Has ido aprendiendo, más que en los libros, lo que es saborear en el corazón ese gusto de ser pueblo de Dios. Bien decía el Cardenal Pacelli, futuro Papa Pío XII, en 1934: “Cuando subía al camarín de la Virgen de Luján, me parecía estar tocando el alma del pueblo argentino”.

Providencialmente, durante tu tiempo de misión pastoral en Luján, asistirás muy de cerca a la beatificación del Cardenal Eduardo Francisco Pironio. Seguramente has rezado varias veces junto a su tumba. Tengo hermosos recuerdos de él; un verdadero profeta de la esperanza. Me parece muy bueno traer palabras suyas para vos, Lucas, y para todos, claro.

Esto escribía a un sacerdote días antes de su ordenación (1970):

¿Qué puedo decirte ahora? Serás sacerdote: ´el amigo de Dios para los hombres´, el que sabe escuchar con interés, hablar con oportunidad, hacer cotidianamente el camino con los otros. Serás ´la presencia del Señor´ entre tus hermanos: el que sabe revelar a los hombres los secretos del Padre, comunicarles la gracia de su Amor; conducirlos en la Luz y la serenidad hacia la Pascua consumada. Serás el Servidor de Yavé: con el oído y lengua de discípulo para anunciar la Buena Noticia a los de corazón oprimido; sabedor de dolencias para comprender a los que ignoran y yerran; dispuesto siempre a morir para ser alianza de los pueblos y luz de las naciones.

¿Qué puedo desearte? Lo que siempre he deseado para mí:

  • Que seas “hombre de Dios”: que vive siempre en la intimidad gozosa del Padre para comunicar incesantemente a Dios a los demás, en la Palabra, en la Eucaristía, en la simple presencia;
  • Que seas “hombre de la Iglesia”: con una perfecta fidelidad a su misterio, con un inmenso cariño por tu Obispo, (tu superior), con una generosa entrega de servicio a todo el pueblo de Dios que te fuere encomendado.
  • Que seas “hombre de los hombres”: que los sepas comprender e interpretar, que tengas gran capacidad para asumir sus gozos y esperanzas, que les muestres siempre un corazón pobre y bueno de padre, hermano y amigo; que les sepas decir siempre, sin decirlo, qué bueno es Dios y qué lindo es ser sacerdote”.

Acercándose el día de su pascua, acaecida el 5 de febrero de 1998, escribía:

“Pediría al Señor un poco de tiempo no para seguir viviendo, sino para poder escribir cosas breves y sencillas que a mí ahora me parecen simplemente maravillosas… Cómo me gustaría escribir sobre la cruz y el amor del Padre pensando en los jóvenes”. Decía frecuentemente: “Sufro mucho, pero estoy feliz y tranquilo en las manos de un Padre que me ama y en el corazón de María, mi Madre”.

Querido Lucas: hoy estas rodeado de tu familia, amigos, compañeros y miembros de la gran familia de Schöenstatt. Siempre llevanos en tu corazón sacerdotal, para rogar por nosotros. Desde el Cielo, tus seres más queridos te agradecerán que los hagas presentes en tu altar. Que el Señor Jesús resucitado te llene de alegría pascual y seas incansable apóstol de tantos jóvenes que no encuentran un sentido para sus vidas, un motivo para amar con todo su ser.

En este mundo de tensiones y violencias, angustiados por las guerras que hieren de muerte a la humanidad, hoy serás, como sacerdote, un sencillo artesano de la paz. Llamado por Jesús para llevar un mensaje de esperanza y de alegría. La hora actual nos pide generosidad, fortaleza y equilibrio. Seguimos llevando en vasijas de barro el precioso tesoro del sacerdocio de Jesús, mediador entre Dios y los hombres.

“En la pobreza y el silencio virginal de Nuestra Señora encontraremos siempre, los sacerdotes, el camino de la sencilla disponibilidad para ser fieles: ¡Feliz de ti porque has creído! (Lc. 1, 45) (Pironio. “Espiritualidad sacerdotal”. Del libro “Iglesia pueblo de Dios”. Bogotá. 1970. Pg. 81)

+ Carlos José Tissera
Obispo de Quilmes

El lunes 20 de noviembre serán ordenados diáconos permanentes, por imposición de manos y la oración de los obispos de Quilmes Carlos José Tissera y Eduardo Gonzalo Redondo, Sergio Alexis Bascur FritzJorge FariñasDaniel José IturvideMarcelo MacielMauro Sebastián Molina y Raúl José Reveinera, que han hecho su camino de formación en el Instituto «San Lorenzo Mártir» de la Diócesis de Quilmes. La celebración Eucarística será a las 10.00 de la mañana en la Iglesia Catedral de Quilmes (Rivadavia 355, Quilmes Centro).

El lema que han elegido estos hermanos para este paso tan importante en sus vidas y en el de toda la iglesia diocesana es «Quien entre ustedes quieran ser grande que se haga servidor de todos» (Mt. 20, 26). La celebración se transmitirá en vivo por Youtube.com/DiocesisQuilmesOficial

Se invita a toda la comunidad diocesana a unirse en la oración por la preparación de estos hermanos y por las vocaciones.

El sábado 25 de marzo, Solemnidad de la Anunciación del Señor, los seminaristas Roberto Amado BarúaGuido Lautaro Belloni y Sergio Adrián Britez recibirán su Ordenación Diaconal por la imposición de manos y la oración del Padre Obispo Carlos José Tissera. La celebración se realizará a las 10 de la mañana en la Catedral de Quilmes (Rivadavia 355, Quilmes Centro) y se transmitirá en vivo por Youtube.com/DiocesisQuilmesOficial.

El lema de ordenación que han elegido estos acólitos es «He aquí la servidora del Señor, hágase en mí según tu Palabra» (Lc. 1, 38)

Rezamos por la preparación de estos hermanos y por las vocaciones.

Catedral de Quilmes, viernes 16 de septiembre de 2022

“Hagan esto en memoria mía” (1 Co. 11, 24)
“El que quiera ser el primero, que se haga el último y el servidor de todos” (Mc. 9, 35)

Hermanas y hermanos:

La Palabra ha sido pronunciada solemnemente. Después que Jesús ha anunciado a los discípulos por segunda vez el misterio de su muerte y resurrección, al llegar a la casa en Cafarnaún les pregunta: “¿De qué hablaban en el camino?”.

Es la misma pregunta que nos acompaña en nuestra Camino Sinodal. Muchas son nuestras respuestas. Cada uno tiene la suya. Dios conoce nuestros corazones, mejor que nosotros mismos. Como les pasó a los discípulos. Ellos callaban, pero Jesús sabía de qué venían conversando; “habían estado discutiendo sobre quién era el más grande”. Asistimos a un momento en que el Maestro forma a sus discípulos. Con gestos y palabras. Después del primer anuncio de la pasión, y la reprensión a Pedro que se resistía a creerle; luego les hizo experimentar el deslumbrante momento de la Transfiguración. Ahora, luego del segundo anuncio, Jesús les enseña con paciencia. No puede entrar en sus mentes la visión de un Mesías humilde, servidor, perseguido y derrotado. Aunque físicamente están siguiendo a Jesús, sus corazones van en otra dirección, seducidos por la vanidad, el éxito, el deseo de sobresalir, de dominar. Por eso, pelean y discuten entre ellos. Qué parecido esto con algunas situaciones de nuestra vida social y comunitaria.

El Evangelio de Marcos, que repara en los detalles, dice: “Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo”. Es el Maestro en medio de la comunidad, y quiere dar una enseñanza esencial, importante, para todos los que lo siguen: “El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos” (el versículo que elegiste, Guillermo, para tu vida ministerial). Jesús no rechaza el deseo de ser el primero. Ojalá que cada discípulo, de todos los tiempos, quiera ser el primero, y no nos reduzcamos a una vida insulsa, mediocre y apagada. Sabiamente los santos, como San Ignacio, se consumieron en grandes deseos de servir a Dios y a los hermanos. No es buena propuesta esconder los talentos y dones recibidos. Se trata de desarrollar todas nuestras posibilidades, no para competir o buscar prestigio personal, sino para servir mejor a la comunidad.

Para hacerlo más patente, como era costumbre en su modo de enseñar, Jesús tomó un niño y lo puso en medio. Jesús se identifica con ese niño. “El que recibe a uno de estos pequeños” los discípulos reciben a Jesús mismo, y en él, al Padre que lo ha enviado. Es claro el mensaje: ellos que discutían quién era el más grande reciben la enseñanza que en la comunidad cristiana, la máxima jerarquía es la de ese “pequeño”. Es el Dios grande que se hizo pequeño… Esa es la paradoja que los discípulos no pueden entender; se escandalizan.

Será el Espíritu Santo el que les enseñará todo. Será el que les hará gustar y gozar del misterio de la Pascua. El mismo Espíritu que invocaremos solemnemente en esta tarde de Ordenación Sacerdotal. Como lo hacemos en cada Eucaristía, el sacramento de la nueva Alianza, donde se actualiza la acción redentora de Cristo y él entra en el corazón de su pueblo para renovarlo y hacerlo capaz de una amorosa fidelidad: “Esta copa es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por ustedes” (Lc. 22, 20). Y hoy nos dice San Pablo que es lo que él recibió como enseñanza del Señor: “Hagan esto en memoria mía” (1 Co. 11, 24) (El versículo que elegiste, Darío, para tu vida ministerial).

En este templo emblemático de Quilmes, nuestra Catedral, seremos testigos de otro maravilloso gesto del amor misericordioso de Dios. Ustedes serán ordenados sacerdotes hoy. Muchos de los presbíteros acá presentes, también fueron ordenados aquí. El próximo lunes 19, celebraremos un nuevo aniversario de la ordenación episcopal del Padre Obispo Jorge Novak, realizada en este altar. Hoy lo recordamos con un corazón agradecido.

Cualquiera podría preguntar: ¿para qué ser sacerdote? Para celebrar la Eucaristía y para perdonar los pecados. Toda otra cosa pueden hacerlo las personas laicas, como me lo han oído decir tantas veces en estos años de formación. Nadie puede consagrar el pan y el vino sino el sacerdote. Nadie puede perdonar sacramentalmente los pecados, sino el cura, como popularmente lo sabe la gente. Podremos hacer muchas otras cosas sin ser ordenados sacerdotes, pero nos hacemos curas para hacer esas dos cosas fundamentalmente. La Eucaristía es la presencia real de Jesús para alimentar a su pueblo, y el sacerdote está ordenado para celebrarla; “Hagan esto en memoria mía” (1 Co. 11, 24) De aquí nacerá la preocupación de ustedes para que la gente tenga lo necesario para vivir bien, dignamente. El compromiso social del sacerdote nace de esa misión de vivir para la Eucaristía y de la Eucaristía. Será esa Misa que celebrarán la que los vaya formando a su imagen; ser como el alimento sencillo y fuerte para la gente; bondadosos como el pan. Entregándose en cuerpo y alma por su pueblo, como Cristo inmolado en la cruz. De esa Eucaristía nace la preocupación social del sacerdote y le da su fuerza espiritual para no desfallecer en la causa por la justicia y la paz.

“Vivan cada Misa, con el corazón necesitado y déjense sostener por Jesús; y en cada Misa descansen y recuperen el sentido de su sacerdocio. No importa cuántas veces la celebren, sino que cada vez sea la fuerza y el alimento, y nunca una obligación. Esta unión tan especial entre el cura y la Eucaristía no se borra más, porque es la gran marca que el ordenado lleva dentro, es parte esencial del “carácter” del orden sagrado” (Víctor M. Fenández, 21/11/2020)

Son ordenados sacerdotes para absolver los pecados en nombre de Dios. ¡Cuánto dolor hay en los corazones!¡Cuántas heridas causadas por el rencor, el odio, las venganzas, los celos, las envidias, las ambiciones desmedidas, las injusticias de todo tipo, las discriminaciones, los abusos, la soberbia, las traiciones, etc.! Sean imagen del padre que recibe con los brazos abiertos para dar el perdón. La Eucaristía los irá formando en la vida para ser pan para los corazones hambrientos de amor que perdona. A nadie cierren esta fuente de gracia y misericordia. Es preferible que se equivoquen por ser muy comprensivos antes que ser jueces desalmados, inhumanos con la gente. No son curas para eso. “Como decía santo Tomás, eso “vale más que la creación del cielo y de la tierra”. No dejen de agradecer que ustedes como sacerdotes están ahí, participando de ese prodigio que es divino, como cauces que dejan correr el río de la gracia. ”Perdonen setenta veces siete porque Dios perdona setenta veces siete. Y de este sacramento brotará también el ministerio de reconciliar a las personas, de sembrar diálogo, comprensión y paz social”. (ídem)

¡Qué necesarios son los sacerdotes! Por eso, la alegría que nos causa verlos sacerdotes para siempre nos invita a mirar al pueblo de Dios y escuchar a Jesús que dice: “la cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha” (Mt. 9, 37-38) Invito a las comunidades que recemos pidiendo esa gracia. Que los que reciben el llamado de Dios, encuentren quiénes los acompañen, los alienten y los ayuden a discernir la voluntad de Dios. Es un compromiso de toda la diócesis para este tiempo. Es la preocupación que tenemos por el futuro de nuestro Seminario. No nos angustiamos, pero no dejamos de pedir ayuda al Señor y a todos ustedes para que, con una imaginación creativa, vayamos consolidando una pastoral vocacional entusiasmante para las juventudes de hoy.

Querido Darío, querido Guillermo: les deseo que sean curas felices. Serán felices en la medida que se sepan cada día instrumentos de la gracia de Dios. El Señor Jesús es el Buen Pastor. Nosotros sólo sus instrumentos. Él seguirá apacentando a su pueblo a través de ustedes. Déjense pastorear por Él, y en esa medida, siendo instrumentos de su amor, serán buenos y felices pastores en su Reino. Ya están jugados por Él y por su pueblo. Déjense amar por Él como son, y conscientes de su fragilidad, amen con todo su ser a los demás.

Se han consagrado a Dios para orar por su pueblo. No dejen de rezar. En la oración podrán hacer vida la palabra de Jesús “permanezcan en mí” (Jn. 15, 4) Al modo del Santo Cura Brochero sean hombres de oración. Así lo atestigua el Santo Cura cuando le escribe a su compañero de curso (Mons. Yañiz, Martin): “Me ha movido escribirte porque tres veces he soñado que he estado en funciones religiosas junto contigo, y también porque el 4 del entrante mes enteramos 47 años, a quienes eligió Dios para príncipes de su corte, de lo cual le doy siempre gracias a Dios, y no dejo ni dejaré aquellas cortitas oraciones que he hecho a Dios, a fin de que nos veamos juntos en el grupo de los apóstoles en la metrópoli celestial” (José Gabriel Brochero, 28 de octubre de 1913)

En la carta que cada uno me escribió pidiendo la ordenación presbiteral, me dicen que han hecho el retiro en el Monasterio de las Carmelitas de Mar del Plata. Inmediatamente pensé en el cardenal Pironio. Sé que ustedes lo aprecian mucho. Lo ví personalmente por primera vez en Mar del Plata, en el año 1973. Termino con una cita suya de la conocida “Meditación para tiempos difíciles”: “Hacen falta hombres nuevos, capaces de saborear la cruz y contagiar el gozo de la resurrección, capaces de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismos, capaces de experimentar la cercanía de Jesús y de contagiar al mundo la esperanza… Hombres que han experimentado a Dios en el desierto y han aprendido a saborear la cruz… Porque, en la fidelidad a la Palabra, han comprendido que los tiempos difíciles son los más providenciales y evangélicos, y que es necesario vivirlos desde la profundidad de la contemplación y la serenidad de la cruz. De allí surge para el mundo la victoria de la fe (1 Jn 5,4), que se convierte para todos en fuente de paz, de alegría y de esperanza” (Ed. Patria Grande. 1976. Pg. 62-63)

Que la Inmaculada Concepción, que estuvo desde el inicio del llamado de ustedes, los cuide y los abrace siempre con ternura.

+ Carlos José Tissera
Obispo de Quilmes