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Homilía de la Misa de Ordenación Diaconal
Catedral de Quilmes, 25 de marzo de 2023

“He aquí la servidora del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc. 1,38)

Hermanas y hermanos:

“¡Alégrate!” es lo primero que María escucha de parte de Dios según el relato de la anunciación. Es la invitación para cada uno de nosotros hoy. Es la primera palabra de Dios a toda criatura. Porque en todo momento, en toda circunstancia de la vida, Dios nos ama. Hoy venimos a celebrar ese amor de Dios que no nos abandonó en la tristeza del pecado y de la muerte, sino que para salvarnos se hace uno de nosotros. Se hizo carne y habitó entre nosotros. Gracias al “sí” de María, que aceptó el designio amoroso de Dios. Ella es causa de nuestra alegría.

“El Señor está contigo”. La alegría no es un simple optimismo. María es invitada a alegrarse porque no está sola. Dios está con ella. Es una alegría que nace de la fe en Dios que se ha fijado en ella para derramar todo su amor, y por ella inundar de amor a toda la humanidad.

“No temas” La fragilidad humana teme ante lo desconocido. Muchos son los miedos que pueden despertarse en el corazón. También en María. Es humana. La presencia del Espíritu disipará toda duda y todo temor.

“Has hallado gracia ante Dios” No sólo María, también para nosotros es la invitación a escuchar estas palabras. Todos vivimos y morimos sostenidos por la gracia y el amor de Dios. La vida seguirá teniendo dificultades y preocupaciones, pero todo es diferente cuando vivimos buscando en Dios luz y fuerza para enfrentarlas.

“Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús” El estupor de María es total. En su desconcierto hilvana unas palabras queriendo entender lo absurdo de ser madre sin haber tenido relaciones con un hombre. Pero el plan de Dios supera su pequeñez. Todo será obra del Espíritu Santo. El signo de Isabel embarazada, la anima a confiar.

“Yo soy la servidora del Señor; que se cumpla en mí lo que has dicho” María se define como servidora del Señor, expresando su entrega sin reservas a la voluntad de Dios. María no dice: “voy a hacer”, sino “hágase”. Es total disponibilidad. Es abrir las puertas de su corazón para que Dios haga su obra. Es maravilloso ver esta mutua confianza: Dios le confía a María ser madre del Salvador, lo deja a su cuidado, le confía esa misión única, incomparable. A la vez, María se confía a Dios para lo que disponga. Es el gran misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Misterio que revela el amor inmenso que Dios nos tiene.

El santo cura Brochero lo expresa así en su Plática sobre la última Cena: “En virtud de ese amor eterno hacia el hombre, apareció entre nosotros el Hijo de Dios hecho hombre, y tomó la apariencia de esclavo, para llorar como hombre, como puedo llorar yo. Para sufrir persecuciones como hombre, como puede sufrirlas cualquiera de ustedes. Para padecer hambre, sed, tristeza. Para experimentar los desprecios de la vanidad, la indiferencia del orgullo, las burlas de la impiedad… Para beber la hiel de la calumnia. Para apurar las heces de la maledicencia. Para sufrir en su persona… Todo cuanto debía padecer el hombre, a fin de que el hombre experimentase las riquezas de su misericordia y las dulzuras de su amor” (CEA. “El Cura Brochero”. Cap. I, 2 “Plática sobre la última Cena de Jesús”, pag. 79-80)

Queridos Sergio, Roberto y Lautaro: Por la Ordenación ustedes serán identificados con Jesús Servidor. Serán reflejos de ese amor de Jesús que lava los pies a los discípulos. Es la misma actitud que aprendemos de María, la servidora del Señor.

El 25 de marzo de 1983, hace 40 años, el Padre Obispo Jorge Novak ordenaba diácono a los seminaristas Daniel Moreno y Carlos Vázquez, junto a otros compañeros. En su homilía el Siervo de Dios dijo:

“(Ellos) Asumirán una nueva relación con la santa Palabra de Dios: serán sus ministros, sus servidores, sus administradores. Esa Palabra divina, gracias al ministerio de estos diáconos, obrará maravillas de salvación en las parroquias y barrios en que actúen.

Serán colaboradores del Obispo y de los presbíteros en la celebración eucarística. Por ellos, la Eucaristía actuará mejor en la unidad de la Iglesia y en su irradiación evangelizadora y testimonial. Serán delegados para activar el servicio a los pobres, según el ejemplo de los primeros diáconos. Gracias a su dedicación crecerá en la Diócesis la eficacia y la pureza de un esfuerzo comunitario, más urgente que nunca.

Queridos hermanos: Ustedes serán ministros sagrados dentro de unos instantes. Revístanse de los sentimientos del más grande de los servidores, Cristo Jesús. No se borre de su corazón la escena del lavatorio de los pies
 (Jn. 13, 1 ss), que es el mejor comentario a la advertencia del mismo Salvador: “el que quiera ser el primero entre ustedes, será esclavo de todos” (Mc. 10, 44)

Toda nuestra diócesis está de fiesta por “Sí” de ustedes y por el gran amor de Dios y de María. Es la alegría del Seminario y de nosotros que los conocemos de hace varios años. Seguiremos caminando juntos, sostenidos por la oración del pueblo de Dios y de cada uno de nosotros.

Gracias a la familia de cada uno. Gracias porque ustedes también dicen “Sí” como lo hacen Roberto, Sergio y Lautaro. Ellos han nacido y crecido en sus familias. Con ustedes damos gracias a Dios porque pasó por casa y se fijó en ellos para invitarles a seguirlo en la misión de anunciar el Evangelio y ser testigos del Señor resucitado.

Al Seminario y a su equipo de formadores, nuestras felicitaciones en este día, y nuestro agradecimiento por la tarea de acompañar a estos hermanos en su formación como creyentes y como futuros ministros de la Iglesia. Recemos por todos aquellos que el Señor llama a una especial consagración, para que nuestra oración y el acompañamiento de las comunidades los anime a dar su “sí” generoso y confiado.

Lautaro: mucho has soñado con este momento; tus ansiedades y las ganas de vivir con intensidad te ayuden a servir con entusiasmo, aprendiendo de María que luego de recibir el anuncio de Gabriel, se dispone a ayudar a su prima Isabel y con prontitud se pone en camino.

Sergio: en la mitad de tu vida te ves ya consagrado plenamente al Señor. Que esta plenitud de amor que Dios derrama en tu vida, te ayude para vivir este presente de tu existencia con total docilidad a la voluntad de Dios, a la manera de María, obediente en la fe y con plena esperanza.

Roberto: el llamado que desde muy joven estaba vivo en tu corazón, fue tomando distintas maneras de vivirlo. Hoy, tu “sí” es incondicional. La gracia de Dios, que nunca falta, te ayudará a que esa palabra de alianza, se vaya haciendo carne en tu vida, al modo que Dios quiera, como la Palabra se hizo carne en el seno de María.

Hermanas y hermanos: en este Camino Sinodal Dios nos regala estos nuevos diáconos, consagrados para servir al pueblo de Dios. Nos muestra así que hemos sido llamados todos para formar parte de una Iglesia diaconal, encarnada en el hoy de nuestro pueblo, sanando las heridas de los hermanos que están a la orilla del camino, “con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza.

Llenos de alegría en esta mañana, animados por el Espíritu Santo, agradecidos por el “sí” de María, digamos juntos:

“El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros”

+ Carlos José Tissera
Obispo de Quilmes

HOMILIA DE LA MISA DE ORDENACIÓN DE DIÁCONOS
Catedral de Quilmes – Lunes 21 de noviembre de 2022

Hermanas y hermanos:

Jesús, durante la última cena de su vida, a pocas horas de su pasión y muerte, da las instrucciones para que sus discípulos puedan vivir en el mundo sin pertenecerle, poniendo en práctica la originalidad de la enseñanza del maestro.

Él ama a sus discípulos como el Padre lo ama a él. La intimidad entre el Padre y el Hijo se refleja en el amor de Jesús para con sus seguidores. Por eso la invitación: “permanezcan en mi amor”, como los sarmientos unidos a la vida, alimentados por la misma savia.

La manera de permanecer en él, de mantenerse en su amor, es cumplir concretamente sus mandamientos. Y él mismo da el ejemplo: cumple los mandamientos del Padre. Ha venido para liberarnos de las ataduras del mal y enseñarnos un camino de amor para llegar a ser hijos e hijas de Dios, y esto le costará la vida. De este modo ha manifestado el amor al Padre. Horas después, en el huerto de Getsemaní, dirá «Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc. 22, 42)

El discípulo hará el mismo camino, cumpliendo el mandamiento de Jesús: “Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor. como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn. 15, 10)

Anteriormente, los dos mandamientos que constituían el resumen de toda la Ley y los Profetas eran: “amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza y con todo tu espíritu; y a tu prójimo como a ti mismo”.

Ahora Jesús no pide nada para Dios. El mandato de Jesús, la esencia de su proyecto de nueva humanidad, será el amor recíproco entre todos: “Ámense”. Los discípulos tendrán que hacer un proceso de conversión, liberarse del instinto de poder que los llevaba a luchar por los primeros puestos, y abandonar las peleas y la competencia, centrados sólo en el propio interés. “Ámense”: como compromiso de buscar siempre el bien del otro, en la forma que los distintos momentos y necesidades lo requieran. Y la medida del amor al prójimo no es más “como a ti mismo”, que ya era una medida muy exigente, porque significaba ofrecer a los demás el mismo cuidado con que cuidamos nuestra integridad, nuestro bienestar, nuestra vida y nuestra familia. La nueva medida es Él, es su amor para con nosotros: “Como yo los he amado”. Pide que seamos como él, amándonos como él nos amó, con un amor gratuito, universal y total, sin ninguna discriminación. Y lo exige con la fuerza de un mandamiento: “Lo que yo les mando”. Esa será la manera auténtica de amarse a uno mismo, realizando en el amor al otro su plena humanización. Jesús, el hijo de Dios, seguirá estando presente en el mundo a través de todos los discípulos que reproducirán su amor.

El Espíritu Santo que les hizo acordar a los apóstoles todas las enseñanzas de Jesús, cuando creció el número de los cristianos, vieron la necesidad de atender las mesas para tantas viudas y sus hijos, tantos pobres que se convertían al Evangelio. Para ello instituyeron a los primeros siete diáconos de la Iglesia naciente.

Son los que hacen presente en la comunidad a Cristo Diácono, o sea, servidor.

Leemos en la Constitución dogmática “Lumen Gentium”, del Concilio Vaticano II: “los diáconos reciben la imposición de las manos «no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio». Así, confortados con la gracia sacramental, en comunión con el obispo y su presbítero, sirven al pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad. Es oficio propio del diácono, según le fuere asignado por la autoridad competente, administrar solemnemente el bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, asistir al matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir el rito de los funerales y sepultura”. (LG, 29)

En el mismo documento el Concilio establece el diaconado como grado propio y permanente de la jerarquía.

También leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica:

“Desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia latina ha restablecido el diaconado «como un grado particular dentro de la jerarquía» (LG 29), mientras que las Iglesias de Oriente lo habían mantenido siempre. Este diaconado permanente, que puede ser conferido a hombres casados, constituye un enriquecimiento importante para la misión de la Iglesia. En efecto, es apropiado y útil que hombres que realizan en la Iglesia un ministerio verdaderamente diaconal, ya en la vida litúrgica y pastoral, ya en las obras sociales y caritativas, «sean fortalecidos por la imposición de las manos transmitida ya desde los Apóstoles y se unan más estrechamente al servicio del altar, para que cumplan con mayor eficacia su ministerio por la gracia sacramental del diaconado» (AG 16). (CIC N° 1571)

Cuando decía esto el Catecismo (año 1992), en nuestra Diócesis ya eran muchos los diáconos permanentes que habían sido ordenados por nuestro querido Padre Obispo Jorge Novak, pastor solícito y previsor, cuya preferencia estaba puesta en los más pobres y marginados.

A veinte años de la apertura del Concilio Vaticano II, en el discurso de apertura de la 2ª Sesión del Sínodo Diocesano, el Padre Obispo decía:

“Este primer Sínodo ha de incorporar en forma inequívoca a los diáconos permanentes, a los lectores y acólitos, a los animadores de comunidades a nuestra vida eclesial. Para comenzar es necesario insistir que no nos referimos a tales ministerios como si fueran transitoriamente una ayuda a los presbíteros, por el número insuficiente de éstos. El punto de partida de nuestro análisis pastoral no es un lamento de penuria, sino la gozosa constatación de una plenitud. Jesús, Siervo de Yahveh, y servidor de los suyos, ha provisto a su comunidad con una sobreabundante gracia de servicialidad” (Colegio San José, 20-09-82)

Hermanas y hermanos, tenemos la alegría hoy de ordenar diáconos a José María, Alejandro, Claudio, Mario y Manfredo (Fredy), en este tiempo de Camino Sinodal en nuestra Iglesia de Quilmes. El Señor sigue acompañando a su pueblo, suscitando a tantos y tantas que quieren servir en el crecimiento del Reino.

Hoy podemos decir que nuestra Iglesia particular se alegra al ver que estos hombres se deciden a solicitar el sagrado Orden del Diaconado, y la Iglesia los acepta y por la imposición de las manos y la invocación del Espíritu son consagrados.

La entera entrega al Señor y su Iglesia supone también la generosidad de sus esposas, que libremente han expresado su total consentimiento para este servicio eclesial. Es de nobleza agradecer, en nombre de la comunidad cristiana, este gesto profundo de amor a Dios y a su pueblo. No sólo expresamos nuestra gratitud a las esposas, sino también a sus hijos que, privándose del legítimo tiempo que el papá les pudiera dispensar, consienten y respetan la decisión de él para seguir este llamado del Señor. A todos, Dios les bendiga y les recompense tanta generosidad. Tengan presente que Dios no se deja ganar en generosidad.

Agradezco al Instituto de Diáconos “San Lorenzo mártir”, al P. Marcelo y al equipo de formación que lo acompañan. Gracias a sus párrocos de origen y sus comunidades. Gracias a los párrocos y comunidades donde ellos han estado formándose pastoralmente.

Así también agradezco a tantas hermanas y hermanos de la Diócesis y de otros lugares, que hoy estamos aquí celebrando el amor de Dios que se hace servicio en las personas de estos cinco hombres.

Ante el llamado de Dios, la Virgen María respondió: “yo soy la servidora del Señor; que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lc. 1, 38). A ejemplo de ella y por su intercesión, el Señor les conceda la gracia de ser humildes, valientes, dóciles, disponibles, de fe sólida y de amor intenso y generoso. Así sea.

+ Carlos José Tissera
Obispo de Quilmes

El lunes 21 de noviembre a las 10.00 de la mañana el Padre Obispo Carlos José Tissera ordenará Diáconos Permanentes a José María Hernández, Alejandro Gabriel Martínez, Claudio César Serio, Mario Adrián Meichtry y Manfredo Guillermo Klein

La celebración Eucarística se realizará en la Iglesia Catedral de Quilmes (Rivadavia 355, Quilmes Centro) y se transmitirá por Youtube.com/DiocesisQuilmesOficial

El lema de ordenación que han elegido estos hermados, formados en la Escuela diaconal «San Lorenzo Mártir» de la Diócesis de Quilmes, es «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad»

En este tiempo de alegría para la diócesis, nos unimos en oración con ellos.

Hermanos diáconos:

¡Feliz día!

En esta fecha tan querida para cada uno de ustedes, haciendo memoria de San Lorenzo, diácono y mártir, quiero expresarles mi saludo agradecido. Anticipadamente lo he hecho el sábado 6 de agosto en la celebración eucarística que compartimos en la Casa Santo Cura Brochero. Hemos pasado un hermoso momento de oración y de fraternidad en torno a la mesa.

En este día recordamos a los hermanos diáconos que nos han precedido y que comparten esta fiesta desde el Cielo. Son los que pasaron las tribulaciones del mundo y ahora gozan del premio que Dios da a los que le han servido hasta el fin. También recordamos a las esposas, hijos y familiares de los diáconos que partieron. También deseamos que estén junto a Jesús, la Virgen y los santos y santas gozando de la gloria celestial.

Como les he compartido en la homilía del pasado sábado, los invito a que ustedes sean los que de un modo particular se pongan al hombro la pastoral bautismal en estrecho vínculo con sus sacerdotes y consejos pastorales. En este tiempo doloroso y desafiante de la pandemia, Dios mismo nos ha mostrado un camino. Son los nuevos hijos que Dios ha regalado a las familias, cuyos padres han acudido inmediatamente para hacerlos bautizar. Es el sacramento más solicitado en este tiempo. En cada parroquia tendrán que velar para recibir el regalo de la vida nueva, y acompañar la fe de nuestro pueblo creyente que presenta a sus hijos para ser bautizados. Facilitarle todos los medios a nuestro alcance para que realmente sea una celebración de la familia, donde el bautizado, los padres y padrinos, particularmente, son los protagonistas, y el Espíritu Santo el principal actor de ese primer encuentro con Cristo.

Permítanme transcribir unas frases del Papa Francisco, tomadas de su última Carta Apostólica “Desiderio Desideravi”, del 29 de junio de 2022.

“Nuestro primer encuentro con su Pascua es el acontecimiento que marca la vida de todos nosotros, los creyentes en Cristo: nuestro bautismo… En perfecta continuidad con la Encarnación, se nos da la posibilidad, en virtud de la presencia y la acción del Espíritu, de morir y resucitar en Cristo”

“El modo en que acontece es conmovedor. La plegaria de bendición del agua bautismal nos revela que Dios creó el agua precisamente en vista del bautismo. Quiere decir que mientras Dios creaba el agua pensaba en el bautismo de cada uno de nosotros, y este pensamiento le ha acompañado en su actuar a lo largo de la historia de la salvación cada vez que, con un designio concreto, ha querido servirse del agua. Es como si, después de crearla, hubiera querido perfeccionarla para llegar a ser el agua del bautismo”

“Y por eso la ha querido colmar del movimiento de su Espíritu que se cernía sobre ella (cfr. Gén 1,2) para que contuviera en germen el poder de santificar; la ha utilizado para regenerar a la humanidad en el diluvio (cfr. Gén 6,1-9,29); la ha dominado separándola para abrir una vía de liberación en el Mar Rojo (cfr. Ex 14); la ha consagrado en el Jordán sumergiendo la carne del Verbo, impregnada del Espíritu (cfr. Mt 3,13-17; Mc 1,9-11; Lc 3,21-22). Finalmente, la ha mezclado con la sangre de su Hijo, don del Espíritu inseparablemente unido al don de la vida y la muerte del Cordero inmolado por nosotros, y desde el costado traspasado la ha derramado sobre nosotros (Jn 19,34). En esta agua fuimos sumergidos para que, por su poder, pudiéramos ser injertados en el Cuerpo de Cristo y, con Él, resucitar a la vida inmortal (cfr. Rom 6,1-11)” (nn. 12-13)


En su gran amor Dios ha regalado al pueblo cristiano el saborear la sublime realidad del Bautismo. 

En la celebración alegre del Bautismo tenemos la ocasión de conocer a tanta gente, y volver a ver a otros. Es allí donde, con nuestra creatividad, podemos establecer vínculos, o fortalecerlos, para hacerlos sentir parte de nuestra familia eclesial. En los hermanitos, ver a futuros catequizandos; en padres, madres y padrinos, ver posibles agentes para diversas pastorales. Mantener los contactos para invitarlos a diferentes acontecimientos de la vida parroquial o barrial; tenerlos en cuenta para la variada actividad misionera de la comunidad.

En este Camino Sinodal Diocesano necesitamos de una decidida pastoral bautismal que renueve en todas las comunidades, en cada uno de nosotros, nuestra común vocación de ser discípulos misioneros de Jesús.

En este día, me dirijo de modo particular a los diáconos enfermos, a los diáconos con muchos años y con dificultades para el servicio presencial: les agradezco el ofrecimiento de sus oraciones y sufrimientos por todo el pueblo de Dios. El Señor los fortalezca con su Espíritu.

Queridos diáconos, mi saludo se extiende a sus esposas y a sus hijos. Les agradecemos porque comparten el tiempo y la vida de ese hombre consagrado a Dios, esposo y padre, para que todo el pueblo cristiano se enriquezca con su ministerio. ¡Muchas gracias y feliz día para toda la familia!

¡Feliz día del Diácono! ¡Dios los bendiga!

La Virgen y San Lorenzo los cuiden.

Los saludo con un fraternal abrazo

+ Carlos José Tissera
Obispo de Quilmes