Acción de gracias en la misa de Ordenación Episcopal

Catedral de Quilmes, 17 de febrero del 2023

Lo primero que quisiera es agradecer a Dios por el regalo de la vida, de mi familia y de mis amigos. Mis Papás, Marta y Gonzalo, y mi hermana Silvia. Mis abuelos, tíos/as, primos/as, amigos/as. Desde niño hasta hoy siempre fui acompañado y querido.

Mi Papa Gonzalo, nacido en León, España, y con toda la carga de una vida dura, con muchas necesidades, tuvo que partir dejándolo todo: madre, padre, siete hermanos, amigos, sabiendo que nunca más volvería a su tierra natal, de la que mucho tiempo renegó por lo vivido, y con su acento español, de recién bajado del barco, después de cincuenta años acá, repetía que él era argentino, porque este bendito país le dio la familia, el trabajo y los hijos. Serio por fuera y un niño dulce por dentro. Siempre fue mozo de bar. Falleció inesperadamente en el 2015 cuando yo estaba como cura en Cuba. Mi mamá Marta, argentina, mujer de fe, puro corazón, mucha ternura y sensibilidad. Atenta a todos y en todo, tenía una mirada que captaba fácilmente los sentimientos y las necesidades de los otros, presencia permanente y muy corajuda.

Ellos nos enseñaron, a mi hermana y a mí, a descubrir que en la vida hay que ser honrado, tener palabra, ser responsables, austeros y generosos, trabajar mucho para llevar el pan a la mesa cada día. Me mostraron que la fe se vive con gestos concretos y en familia: en el amor de estar juntos aunque nos separen kilómetros, en el darse, sirviendo siempre a los demás, cultivando la amistad con todos, siendo buena gente, especialmente estando cerca de los más necesitados, los enfermos y los que sufren injusticia. Nos enseñaron que todos somos iguales, que nos tenemos que ayudar siempre y vivir las alegrías y las tristezas juntos, haciendo de todos los momentos oportunidades para crecer.

Mi hermana Silvia es a la que le confío todo, siempre cuento con ella; es la que, sin anestesia, me llama la atención y me anima. Ella y mi cuñado me han regalado la gracia de mis sobrinos Julián y Germán. Los amo como si fueran mis hijos.

Esta es la raíz de lo que soy. Es el sello del amor de Dios en mi corazón. Dios me llamó a ser cura en tantos rostros del amor y del dolor, se valió de muchas mediaciones que fui haciendo consciente muy poco a poco a lo largo de mi vida.

Agradezco a mi Parroquia de la Piedad, donde tomé la primera comunión y me confirmé. Conocí al Padre Emilio Riamonde, su sencillez y cercanía marcó mi vida y la de muchos niños y jóvenes. Amigos que continúan siéndolo hasta hoy. Como a los 14 años de edad, más o menos, me borré de todo lo que tuviera que ver con la Iglesia. Mis padres, cada vez más comprometidos. Mezcla de adolescencia y quizá cierta ingenuidad o rebeldía. Creo que le ha ocurrido a muchos de los de mi generación. Enojos, incomprensión, rechazos y complicidades que me han hecho colocarme lejos. Sin embargo, después de algunos años de distancia y enfriamiento, y ya entrando en la juventud, comencé a participar nuevamente.

Nunca podré olvidar la segunda Jornada Mundial de la Juventud. En Buenos Aires, aquella tarde noche de 1987, en la 9 de Julio, ante millares de jóvenes, San Juan Pablo II dijo: «Que no haya nunca más ni detenidos ni desaparecidos». Yo estaba allí ese día. Recuerdo que lloramos y nos abrazamos todos los jóvenes, se me abrió el cielo y el corazón. Me sentí reconciliado y dentro del rebaño. La presencia y la voz del Padre Obispo Novak, Monseñor Hessayne, Monseñor De Nevares y otros sacerdotes, laicos, religiosos/as muy comprometidos, tantos/as que dieron la vida, me significaron mucho en esos tiempos hasta hoy; y su compromiso me hizo redescubrir a Jesús. Me pregunté muchas veces: ¿cómo podrían tener un amor tan grande por Jesús, sirviendo hasta dar la vida?

En esos años fue que me invitaron a participar en un grupo de jóvenes de la Parroquia San Ignacio de Loyola, a una cuadra de la Plaza de Mayo, en San Telmo. Comencé a dar una mano en el trabajo con niños y las familias de los conventillos de San Telmo, muchas vivencias hermosas y dolorosas, fecundas y sencillas. En esos años conocí la vida del Padre Mugica, del Beato Angelelli y otros hermanos que ofrecieron la vida por amor a Jesús sirviendo por el Reino. Allí comenzaron los primeros cuestionamientos vocacionales, que compartí por primera vez con el Padre Jorge Lozano, curita joven y vicario parroquial. En ese tiempo me habían regalado un afiche de cuando mataron al Padre Mugica, que pegaban en las parroquias y en los barrios, que tenía su foto y decía: «Un sacerdote ha sido asesinado. ¿Quién seguirá sus pasos?». Eso me pegó muy fuerte. Recuerdo que me lo regaló un sacerdote ya mayor ,conversé bastante con él. Pichi Meisegeier se llamaba, y era jesuita. Al tiempo, una amiga, Gabriela, me invitó a un retiro para jóvenes sobre el Proyecto de Vida y comienzó el acompañamiento hasta ingresar al seminario en 1990 con los Padres Operarios Diocesanos. En el último retiro, antes del ingreso, el sacerdote que me acompañaba, que después fue mi rector (fuimos compañeros en Brasil y hoy esta acá, el P. Eusebio Pascual), nos pasa un video donde presenta como modelo sacerdotal al Padre Mugica, y al final pregunta quién quiere seguir a Jesús, siendo un cura como él. Y bueno, me mató. Recuerdo que no me daba el cuero para decirle que yo quería serlo, simplemente le dije: «me tiro a la pileta». Y estoy nadando hasta hoy.

Jesús tiene sus mediaciones, sus referentes. No puedo dejar de mencionar al Padre Luis Sánchez de Wilde Este, en la querida Parroquia del Valle, donde compartí casi cinco años, siendo seminarista y celebrando mi primera Misa.

Siempre aposté, a pesar de mis tantos límites, por ser cura viviendo con otros curas. Esto lo mamé en la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, mi familia. Un puñado de sacerdotes que vivimos y compartimos la vida en fraternidad siendo curas diocesanos. Compartimos la vida y la misión trabajando especialmente en la pastoral juvenil, la pastoral vocacional, acompañando en parroquias, y especialmente en seminarios diocesanos, optando por las diócesis pobres en todos los sentidos y, en particular, donde faltan curas. Estamos presentes en muchos países. Aquí hoy me acompañan varios hermanos operarios y el Director general, el Padre Florencio Abajo. Siempre seré agradecido a mi familia. Siempre estaré en deuda con cada uno.

Así, en estos 24 años de sacerdote, el Señor me llevó por Brasil, me trajo a Buenos Aires; me mandó por Roma y otros países para un servicio propio de los padres operarios, por seis años fue Santiago de Cuba y, finalmente, Huancayo, en Perú, a los 3.200 metros de altura. Desde allí el Señor me bajó de un hondazo, apenas llevaba dos años y me trajo a Quilmes.

Siempre me tocó partir y volver a empezar, siempre fui un aprendiz. Siempre me enamoré de las comunidades y lugares donde me ha tocado estar, sin conocer ni saber casi nada cuando tuve que llegar. Soy muy argentino, pero también muy brasileño, muy cubano y muy peruano. Siempre seré agradecido por tanto que, desde el corazón, me han regalado.

Este es un momento muy intenso, de sentimientos y emociones que se encuentran y de las que no es fácil expresarme. Creo que, esta ordenación, sin dudas, es, humanamente hablando, tan fuerte y tan luchada como cuando me ordenaron de cura el día 6 de diciembre del ‘98 en la parroquia San Pío X de Mataderos. La ordenación de cura fue muy intensa, la esperaba y la deseaba mucho, pero el corazón estaba empañado por la repentina muerte de mi mamá cinco meses antes. En esos años yo ya vivía en Brasil, en la diócesis de Santos. Aquí hay hermanos curas que han venido de Brasil. Me costaba aceptar las cosas como se presentaban. 

Lo fuerte en este momento, además de por lo que es en sí, tiene la carga de que, al contrario de mi ordenación de cura, esto ha sido inesperado, sorpresivo e inicialmente hasta con bastantes resistencias de mi parte. Sin embargo, hoy puedo decir que acepto y asumo lo que el Señor me pide, con cierto temor y temblor como se lo he escrito al Papa.

Me siento vulnerable delante del amor de Dios y soy medio duro de mollera, me cuesta ser dócil y arrodillarme con el corazón abierto asumiendo que se haga Su voluntad y no la mía. Muchas veces «creí» estar en sintonía con lo que Dios quería. Ahora me doy cuenta de que no siempre fue así. Quiero ser todo de Dios y todo del pueblo, en este camino que Jesús me pide transitar como Padre Obispo auxiliar, aprendiendo y desaprendiendo, acompañando y siendo acompañado. Confiando y arrodillándome delante del Señor, agradeciendo y pidiendo perdón. Es bueno que Papa Dios me puso como auxiliar del P. Obispo Cacho, Pastor bueno, sencillo y cercano, y también de ustedes, bendito Pueblo de Dios que camina en la Diócesis de Quilmes, hermanos/as laicos/as, hermanos sacerdotes y seminaristas, hermanos diáconos con sus esposas, hijos/as y nietos, religiosos/as. Tengo mi vida para compartir y mucho que aprender.

Quiero ser Padre y Pastor. Pido la intercesión del Santo cura Brochero, del siervo de Dios Padre Novak, del Beato Angelelli y compañeros mártires: que ellos y ustedes me enseñen.

Estrenarme como Padre Obispo auxiliar en la Iglesia de Quilmes es un regalo, pero también una exigencia y un desafío grande. Una Iglesia con tanta historia, con una memoria y compromiso, marcada por la profecía de tantos/as que desde su creación han dado todo desde el servicio a los hermanos más necesitados.

Cuatro cauces marcó el Padre Novak en el seguimiento de Jesús, que hoy son tan fuertes como ayer: Los pobres, los derechos humanos, el ecumenismo y la misión.

En este momento de la vida el Señor me pide que deje todo nuevamente, pero ahora también me pide que me deje a mí mismo, que baje la guardia y que me abandone en sus manos. En la medida que vamos sumando camino cuesta un poco más, pero no me escaparé esta vez. Ya me he escapado otras, ahora ya no. Jesús me puede, el Pueblo de Dios me puede. Los pobres y los jóvenes son y serán siempre el ahora de Dios en mi vida. «Desde los pobres a todos», nos dejó como enseñanza el Beato Juan Pablo I.

Agradezco profundamente al Papa Francisco. En estos años me renovó la esperanza de creer que otro mundo es posible, saliendo al encuentro de todos, donde nadie quede fuera de este gran «hospital de campaña», donde todos somos acogidos y nadie es descartado. Me ayudó a profundizar que, en esta Iglesia, tan santa como pecadora, soy parte y es también mi Madre. Francisco me ayudó a centrarme en Jesús y en la misión.

Yo he sido un sacerdote muy frágil en la fe durante un buen tiempo. Mucho esfuerzo, perseverancia, compromiso, buenas ideas pero desde mí. Soy un pecador perdonado y no me arrepiento de confesarle delante de ustedes. Siempre fui una oveja media revoltosa y un tanto básica. Sin embargo, ahora el Señor me llama a ser aprendiz de Pastor. Solo me resta ponerme en manos de Jesús y que pueda ser barro para que me dé la forma de su corazón y, con su amor, pueda ser alimento para los hermanos y hermanas de nuestras comunidades.

Para terminar, pido la intercesión de la Mamá de Jesús y nuestra Madre: Virgen de Luján; Nuestra Señora Aparecida, patrona de Brasil; Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba; y Mamá Cocharcas, patrona del Valle del Mantaro en Perú.

+ Eduardo Gonzalo Redondo
Obispo Auxilar de Quilmes

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