“Todos tenían los ojos fijos en Él”
HOMILIA EN LA MISA CRISMAL 2023
Catedral de Quilmes, 5 de abril de 2023
Hermanas y hermanos aquí presentes y a quienes lo hacen virtualmente:
Les transmito el saludo del P. Obispo Emérito Luis Stöckler, que debido a las limitaciones propias de su edad, no puede hoy estar presente acá. Está unido espiritualmente, como siempre, a toda la Comunidad Diocesana.
Esta celebración de la Misa Crismal, en el marco del Jueves Santo, c. En esta misa son consagrados los óleos para la celebración de los sacramentos.
La palabra de Dios nos invita a mirar a Jesús, centro de este Triduo Pascual que iniciaremos en todas las comunidades. En la sinagoga de Nazaret, aquel sábado, “todos tenían los ojos fijos en Él”.
Cada Semana Santa es una bella ocasión que tenemos, como pueblo cristiano, para renovar nuestro seguimiento de Jesús, como sus discípulos misioneros.
Dos veces hemos escuchado:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres” (Is. 61, 1 y Lc. 4, 18) Palabras para todo el pueblo cristiano y, de modo particular, para nosotros sacerdotes y diáconos, quienes tenemos la misión de evangelizar, exhortando a todos al seguimiento de Jesús.
Como Iglesia diocesana y universal, estamos en el Camino Sinodal. El lema que nos abraza a todos es: “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”.
Comunión y misión son expresiones teológicas que designan el misterio de la Iglesia. San Pablo VI quiso condensar precisamente en estas dos palabras —comunión y misión— «las líneas maestras, enunciadas por el Concilio». Conmemorando la apertura, afirmó en efecto que las líneas generales habían sido «la comunión, es decir, la cohesión y la plenitud interior, en la gracia, la verdad y la colaboración […], y la misión, que es el compromiso apostólico hacia el mundo contemporáneo» (Ángelus, 11 octubre 1970), que no es proselitismo (Francisco. 9/10/21)
La otra palabra es participación. “Si no se cultiva una praxis eclesial que exprese la sinodalidad de manera concreta a cada paso del camino y del obrar, promoviendo la implicación real de todos y cada uno, la comunión y la misión corren el peligro de quedarse como términos un poco abstractos” (ídem)
Al iniciar este proceso sinodal, el Papa Francisco nos ha dicho que es un tiempo de gracia que, en la alegría del Evangelio, nos permite al menos captar tres oportunidades. Primera: encaminarnos estructuralmente hacia una iglesia sinodal: un lugar abierto, donde todos se sientan en casa y puedan participar. Segunda oportunidad: para ser una Iglesia de la escucha: Escuchar el Espíritu en la adoración y la oración. Escuchar a los hermanos y hermanas acerca de las esperanzas y las crisis de la fe en las diversas partes del mundo, las urgencias de renovación de la vida pastoral y las señales que provienen de las realidades locales. Y tercera: tenemos la oportunidad de ser una Iglesia de la cercanía. “Volvamos siempre al estilo de Dios, el estilo de Dios es cercanía, compasión y ternura. Dios siempre ha actuado así. Si nosotros no llegamos a ser esta Iglesia de la cercanía con actitudes de compasión y ternura, no seremos la Iglesia del Señor. Y esto no sólo con las palabras, sino con la presencia, para que se establezcan mayores lazos de amistad con la sociedad y con el mundo. Una Iglesia que no se separa de la vida, sino que se hace cargo de las fragilidades y las pobrezas de nuestro tiempo, curando las heridas y sanando los corazones quebrantados con el bálsamo de Dios. No olvidemos el estilo de Dios que nos ha de ayudar: la cercanía, la compasión y la ternura”(Francisco: ídem)
No son actitudes novedosas en la historia de la evangelización. Si bien muchas veces la Iglesia se alejó del cauce del Evangelio, muchas mujeres y hombres cristianos llevados por el Espíritu sacudieron a la Iglesia de sus letargos, brindando un testimonio de fidelidad al estilo de Jesús. Por ejemplo, en algo que nos compete particularmente, como es la predicación, tenemos la enseñanza del santo que hoy, 5 de abril, conmemoramos: San Vicente Ferrer. Sacerdote dominico, nacido en 1350, en Valencia (España) y que muere en Bretaña (Francia) en 1419. Se destacó como teólogo y predicador. De profunda vida de oración; denunció las costumbres ajenas al Evangelio, y convirtió a muchos judíos y moros. En su tratado de la vida espiritual, se refiere al modo de predicar. Leemos allí: “En la predicación y exhortación debes usar un lenguaje sencillo y un estilo familiar, bajando a los detalles concretos. Utiliza ejemplos, todos los que puedas, para que cualquier pecador se vea retratado en la exposición que haces de su pecado; pero de tal manera que no des la impresión de soberbia o indignación, sino que lo haces llevado de la caridad y espíritu paternal, como un padre que se compadece de sus hijos cuando los ve en pecado o gravemente enfermos, o que han caído en un pozo, esforzándose para sacarlos del peligro y acariciándoles como una madre. Hazlo alegrándote del bien que obtendrán… Hablar de las virtudes y los vicios no produce impacto en los oyentes. En el confesionario debes mostrar sentimientos de caridad, lo mismo si tienes que animar a los pusilánimes… el pecador ha de sentir siempre que tus palabras proceden de tu caridad. Las palabras caritativas han de preceder siempre a las recomendaciones punzantes. Si quieres ser útil a tus prójimos, recurre primero a Dios de todo corazón y pídele con sencillez que te conceda esa caridad, suma de todas las virtudes y la mejor garantía de éxito en tus actividades” (San Vicente Ferrer, presbítero, “Tratado sobre la vida espiritual”. Cap. 13)
Los aceites que vamos a consagrar nos hablan de ese amor de Cristo que se derrama sobre nosotros, de modo suave y penetrante, y que quiere llegar a todos. Que nuestros corazones se inunden de los sentimientos de Cristo Jesús, como nos exhorta Pablo en Filipenses en el bello capítulo 2: “les ruego que hagan perfecta mi alegría, permaneciendo buen unidos. Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento. No hagan nada por espíritu de discordia o de vanidad, y que la humildad los lleve a estimar a los otros como superiores a ustedes mismos. Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás. Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp. 2, 2-5) Contemplando estos recipientes con aceite, imaginemos a todas aquellas personas que serán ungidas por ellos de manos de nuestros sacerdotes, diáconos y obispos: los enfermos, los nuevos bautizados y catecúmenos, los confirmandos, los futuros sacerdotes… Todo el pueblo de Dios ungido por el amor misericordioso de Dios. Seamos como ese aceite que es fortaleza para los débiles y frágiles, siendo buenos samaritanos con nuestras actitudes, gestos, acciones concretas y nuestras palabras sostenidas por una profunda oración. En estos días hemos rezado por la salud de nuestro querido Papa Francisco. Dios ha oído nuestras súplicas. Hoy damos gracias también por estos diez años de pontificado; él preside en la caridad a toda la Iglesia. No cabe duda que Dios lo eligió para ser el Papa para acompañarnos en este cambio de época que vive la humanidad. En el camino sinodal, Francisco nos invita a “ensanchar el espacio de nuestra carpa” para albergar a todas y todos sin distinción alguna. Su enseñanza siempre nos invita a fijar los ojos en Jesús. Así lo ha hecho el domingo de Ramos, luego de haber estado internado. Así se expresaba en su homilía: “El amor de Jesús, es capaz de transformar nuestros corazones de piedra en corazones de carne. Es un amor de piedad, de ternura, de compasión. Este es el estilo de Dios: cercanía, compasión y ternura. Así es Dios. Cristo abandonado nos mueve a buscarlo y amarlo en los abandonados. Porque en ellos no sólo hay personas necesitadas, sino que está Él, Jesús abandonado, Aquel que nos salvó descendiendo hasta lo más profundo de nuestra condición humana. Está con cada uno de ellos, abandonados hasta la muerte. Pienso en aquel hombre alemán, indigente, que murió en la columnata de la plaza, solo, abandonado. Ese es Jesús para cada uno de nosotros. Muchos necesitan nuestra cercanía, muchos abandonados. Yo también necesito que Jesús me acaricie y se me acerque, es por eso que voy a buscarlo en los que están abandonados, solos. Él quiere que cuidemos de los hermanos y de las hermanas que más se asemejan a Él, en el momento extremo del dolor y la soledad. Hoy, queridos hermanos y hermanas, hay tantos “cristos abandonados”. Hay pueblos enteros explotados y abandonados a su suerte; hay pobres que viven en los cruces de nuestras calles, con quienes no nos atrevemos a cruzar la mirada; hay emigrantes que ya no son rostros sino números; hay presos rechazados, personas catalogadas como problema. Pero también hay tantos cristos abandonados invisibles, escondidos, que son descartados con guante blanco: niños no nacidos, ancianos que han sido dejados solos ―que tal vez pueden ser tu papá, tu mamá, tu abuelo o tu abuela, abandonados en los institutos geriátricos―, enfermos no visitados, discapacitados ignorados, jóvenes que sienten un gran vacío interior sin que nadie escuche realmente su grito de dolor. Y no encuentran otro camino más que el del suicidio. Los abandonados de hoy. Los cristos de hoy.
Jesús abandonado nos pide que tengamos ojos y corazón para los abandonados. Para nosotros, discípulos del Abandonado, nadie puede ser marginado; nadie puede ser abandonado a su suerte. Porque, recordémoslo, las personas rechazadas y excluidas son iconos vivos de Cristo. Nos recuerdan la locura de su amor, su abandono que nos salva de toda soledad y desolación. Hermanos y hermanas, pidamos hoy la gracia de saber amar a Jesús abandonado y saber amar a Jesús en cada persona abandonada. Pidamos la gracia de saber ver, de saber reconocer al Señor que sigue gritando en ellos. No dejemos que su voz se pierda en el silencio ensordecedor de la indiferencia. Dios no nos ha dejado solos; cuidemos de aquellos que han sido dejados solos. Entonces, sólo entonces, haremos nuestros los deseos y los sentimientos de Aquel que por nosotros «se anonadó a sí mismo» (Flp 2,7). Se anonadó totalmente por nosotros” (Francisco; 2/4/2023)
En nombre del P. Obispo Eduardo, del P. Obispo Juan Carlos, les damos las gracias por estar aquí. Que Dios nos conceda a todos vivir una feliz Pascua y que la Virgen Inmaculada nos mantenga unidos muy junto a su Hijo Jesús ¡Así sea!
+ Carlos José Tissera
Obispo de Quilmes.
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