Saludo del Obispo Tissera a los sacerdotes en el día de San Juan María Vianney

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Queridos hermanos sacerdotes:

En este día sacerdotal, tradicional DÍA DEL PÁRROCO, en la memoria del Santo Cura de Ars, quiero desearles un ¡Feliz día!

En nuestro “Camino sinodal diocesano” hemos escuchado la voz del Señor y la voz de nuestro pueblo, parafraseando al Beato obispo mártir Enrique Angelelli, que hoy conmemoramos el 46° aniversario de su martirio.

Hemos escuchado tantas experiencias de hermanas y hermanos visitados por el dolor y el sufrimiento en esta larga pandemia, entre los cuales también hay hermanos sacerdotes. Por ello quiero expresarles mi saludo agradecido en este día por tanta vida entregada al servicio de nuestro pueblo fiel. Solo Dios sabe lo que cada uno ha vivido en este tiempo; momentos de gozo profundo y tantos otros de desazón, desilusión o desencanto. En toda situación, en todo recoveco de nuestro caminar el Señor sigue pronunciando el cautivante llamado: “Sígueme”. Con la gracia de su amor hemos respondido “Sí Señor; aquí estoy”.

Hemos sido ordenados para la Eucaristía, para el servicio de nuestro pueblo. Hacernos “uno” con Jesús que muere y resucita, gran misterio celebrado por nosotros cada día.

Quisiera compartirles un párrafo de la reciente Carta Apostólica del Papa Francisco “Desiderio desideravi”, sobre la formación litúrgica del pueblo de Dios. Francisco destaca nuestra misión en el pueblo “Para que este servicio se haga bien –con arte– es de fundamental importancia que el presbítero tenga, ante todo, la viva conciencia de ser, por misericordia, una presencia particular del Resucitado… El propio presbítero se ve sobrecogido por este deseo de comunión que el Señor tiene con cada uno: es como si estuviera colocado entre el corazón ardiente de amor de Jesús y el corazón de cada creyente, objeto de su amor. Presidir la Eucaristía es sumergirse en el horno del amor de Dios. Cuando se comprende o, incluso, se intuye esta realidad, ciertamente ya no necesitamos un directorio que nos dicte el adecuado comportamiento. Si lo necesitamos, es por la dureza de nuestro corazón. La norma más excelsa y, por tanto, más exigente, es la realidad de la propia celebración eucarística, que selecciona las palabras, los gestos, los sentimientos, haciéndonos comprender si son o no adecuados a la tarea que han de desempeñar. Evidentemente, esto tampoco se puede improvisar: es un arte, requiere la aplicación del sacerdote, es decir, la frecuencia asidua del fuego del amor que el Señor vino a traer a la tierra” (cfr. Lc 12, 49)

Que la Virgencita de Luján nos ayude a vivir hondamente el misterio del sacerdocio, y el santo Cura Brochero nos alcance de Dios una “ponchada” de gracias para mejor servir a nuestro pueblo.

¡Feliz día, hermanos queridos!

+ Carlos José Tissera
Obispo de Quilmes

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